Como tapias

-¿Has cogido dinero?

-Las 12 y 27

Y se fueron a misa, sin dinero y tarde. Sólo que en realidad, no lo sabían muy bien. Llevaban ya más de medio siglo juntos, y gran parte de ese tiempo más sordos que una planta, fingiendo que oían, que se oían, disimulando. Todo el mundo lo sabía menos ellos. ¿Será de lo poco que usaron siempre sus orejas?

-Esta noche he hablado con Marcelo

-Ya sabes que yo nunca fui monarquico. Yo siempre fui juancarlista

-Sí, con Marcelo. Mi ángel de la guarda

Lo más curioso es que los dos se volvieron sordos casi a la vez: probablemente fue eso lo que permitió dar vida a esta farsa. Estaban tan centrados en ellos mismos, que no se percataron en absoluto de que el otro padecía su misma dolencia. Pero el quedarse sordos no es suficiente motivo para que desaparezca el deseo de altura, ese estatus-alfa que mantener (la testosterona no tiene tímpanos). Una pelea invisible y silenciosa (sobre todo silenciosa) se liberaba -sigue liberándose de hecho- dentro de la casa, aunque en sus orejas apenas quedase el silbido constante de cuando las vidas se apagan conectadas al medidor que abandona poco a poco la intermitencia, con los corazones puestos dentro de aquellas máquinas que tienen los hospitales caros.

-Ahora bien, hay que reconocer que Felipe está muy bien preparado para el cargo

-El otro día Marcelo me ayudó a aparcar. Al lado del coche de una rubia tremenda. Ay, Marecelo ¡Menudo es!

¿La verdad? No importaba ni importa. El Uno quería -y debía– estar por encima del Otro, sentarse sobre sus hombros y sentirse más alto que él; eso era lo único importante para ellos. Porque no existe debilidad que valga; no existe flaqueza que esté permitida en la batalla: la guerra es la guerra. Y la apariencia es DIOS.

-¿Pero cómo puedes decir eso? Yo prefiero una monarquía como la de Suecia antes que una república como la de Venezuela…

-No estoy de acuerdo. Yo no soy machista, pero es que se visten como putas. Y luego pasa lo que pasa…

El uno en frente del otro: dos sordos que creen que oyen; que creen que se hacen oír.

Al no haber aquí verdad, había ahí dos mentiras. Y ambos creían estar ganando, pues ambos creían que estaban engañando al otro (con lo que sólo conseguían engañarse más a sí mismos). La ilusión de la victoria era para ellos una victoria rotunda…

-Con lo de Cataluña pasa igual. Si yo quiero que voten, ¿pero por qué no puedo votar yo también, a ver?

-GOOOOOOOOOOOOOL

No obstante, hay que decir que ambos quedaron solteros involuntariamente, y que por eso seguían juntos. Normal. ¿Quién soportaría a dos tapias con más ego que piel que los cubra?

-¡Vaya golazo del bicho! Para que luego digas que el enano dopado es mejor

Aunque, con el tiempo, comenzaron a modelar la realidad todavía más a su antojo: ambos se imaginaron que estaban casados con el otro, y que el otro era su mujer. El odio, el desprecio, la falta de sexo, el derecho de mando que creían poseer, el desdén que se arrojaban como proyectiles a la cabeza… lo consideraban cosa tan natural en un matrimonio, que aquello les fortalecía más aún en sus mentiras:

El matrimonio era la mentira ideal para ellos dos.

-El referendum es ilegal. Hay que cumplir la ley que nos dimos todos los españoles

-Putos catalanófilos ¡Ya quisiérais tener tantas Champions como nosotros! Y ahora resulta que se quieren independizar… 

Pero en el fondo del fondo de tanto desprecio, hasta se querían un poco. Lo cierto es que se necesitaban para seguir creyendo.

-¡La Constitución se respeta, carajo!

-¡Con ellos hay que aplicar el 155 pero YA!

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