El desheradado: capítulo 1 El desheredado: capítulo 2.1
II.
La primera semana transcurrió envuelta en un exultante clima de alborozo universal: entre todos nos llevábamos en volandas, como en una bella fiebre. Parecía que el sol resplandeciera más fuerte en Villavida, éramos los nuevos hermanos de una gran familia de sangre que había tenido que morir para resucitar a lo grande. Nos reíamos, nos abrazábamos mientras reíamos, nos visitábamos unos a otros para seguir riendo, bastaba con tan solo llamar a una puerta, toc toc toc, y una enorme carcajada se nos escapaba al aire ¡Era nuestra puerta! ¡La puerta de Nuestra Casa! ¡Todos teníamos Una Casa! ¡Já! Aún no dábamos crédito. Se había apagado la alarma de la necesidad y nos sentíamos libres, al fin libres. De vez en cuando montábamos fiestas por todo lo alto, reuniendo entre todos todo lo que podíamos: vino, salchichas, choped… y más vino. Jugábamos partidas a todos los juegos de azar y partidos de casi todos los deportes que permitían ser improvisados, o nos íbamos a pescar en grupo y volvíamos de noche mientras nos reíamos de los nombres que los hombres dan a las putas estrellas. Un asentamiento hermanado y unido con andrajos y dientes de menos, como en los pueblos de antaño ¿y qué más se le puede pedir a la suerte? Fueron momentos felices aquellos. Pero la felicidad perfecta nunca en la historia ha sido capaz de durar para siempre…
Pronto comenzamos a notar una notable reducción en nuestros ingresos diarios. Suerte de aquel que lograba reunir la mitad del total del salario anterior en limosnas. Era como si la gente hubiese dejado de sentirse culpable al vernos así, tan felices, y aunque ya no nos moríamos, tampoco es que pudiéramos vivir una vida loca...
Yo por mi parte sobrevivía con los desayunos. Siempre he considerado indigna la limosna, nunca he querido intercambiar lástima por dinero. Aun así, ciertos buenos samaritanos me veían cara de contenedor reciclable y tiraban algunos de sus céntimos en frente de mi cartón durante las peores noches del pasado. Yo fingía que se les habían caído las monedas, sólo por sentirme algo mejor (no me gustaba ser el pretexto para aliviar la conciencia de nadie). En cualquier caso, nunca venían mal.
No obstante, por esa escasez de monedas de cobre –especialmente dañina para los mayores amantes del vino: se les veía perder poco a poco la poca cordura que les restaba- algunos de mis hermanos de aquel nuevo mundo incluso se aventuraron a buscar un trabajo fuera de Villavida. La gran mayoría no lo consiguió: aún quedaban fuertes prejuicios que resolver en nuestra ciudad… y en la sociedad en general del antiguo mundo. Además, la mitad de los que finalmente lo lograron lo acabaron dejando poco después. Porque no estaban acostumbrados a llevar cadenas, y aquellos empleos eran demasiado exigentes en cuanto a tiempo robado y esfuerzos demandados. Mis compatriotas terminaban por preferir ser libres y pobres que algo menos pobres y ser esclavos. En fin: que las cosas estaban cambiando. Muy poco a poco, eso sí. Como cambia la vida misma, arrastrada por el tictac infalible del tiempo. Se respiraba en el ambiente el aroma de la turbulencia. El aire refunfuñaba como un viejo gruñón. En el cielo se vislumbraba la oscuridad de la tormenta. No fui capaz de ver las señales… pero mis hermanos sí.
La luminosidad iba abandonando los rostros de Villavida, las risas se apagaban, pero yo tardé en darme cuenta. Es lo que tiene vivir tan lejos del mundo… tarde, yo me di cuenta tarde.
Uno de aquellos días, mientras vagaba por las infinitas calles pisando sobre el invisible estiércol de aquel ambiente tan opresivo, me quedé paralizado en frente de un bar. Había llamado poderosamente mi atención una mezcla de voces alteradas saliendo de un televisor encendido sin la necesidad de retrasmitir un partido de fútbol. Qué extraño, todos los clientes miraban a la pantalla con interés y expectación sin tener que gritar gol o cabrón a un árbitro: era la pantalla la que les gritaba a ellos. Yo me acerqué un poco más y al fin pude ver: estaban entrevistando al alcalde
-Alcalde, supongo que estará al corriente de la fuerte polémica que se ha generado en torno a Villavida. No son pocas las voces autorizadas que han surgido últimamente criticando la medida estrella de su legislatura. Una medida que incluso ha sido tachada de populista por parte del gobierno central de la nación. De hecho, Villavida lleva siendo Trending Topic mundial desde que abrió sus puertas allá por el mes de enero de este mismo año. Según los datos facilitados por su propio consistorio, la inversión total necesaria para la construcción y el mantenimiento de Villavida supera ampliamente los XXX millones de euros. Alcalde, teniendo en cuenta que ya existían varios albergues para las personas sin techo (cuya ocupación, por cierto, apenas ha sobrepasado nunca el 20%… por no citar la importante labor de asociaciones como Cáritas) ¿no cree que Villavida es un gasto totalmente fuera de lugar en los tiempos de crisis tan acuciantes que vive su ciudad actualmente?
-Mire usted, no me cabe la menor duda que la mayoría de mis conciudadanos apoya la construcción de…
-¿Y LOS CONTRATOS DE CONSTRUCCIÓN, QUÉ? ¡PARA VUESTROS AMIGOTES!
-Si me permite…
-¡PARA VUESTROS AMIGOTES!
-A ver si consigo acabar una fr…
-¡A-MIGOTES! ¡MIENTRAS LA CIUDAD SE CAE A PEDAZOS! ¡A-PEDAZOS!
Recuerdo que pensé: «¿Por qué tanta importancia a un tema tan secundario? ¡A mí qué me importa un contrato! A mí lo que me importa es poder dormir sin sufrir. Ese señor que grita tanto no ha debido dormir en su puta vida en la calle durante el invierno. La media sonrisa que se le escapa entre grito y grito demuestra una frivolidad insoportable. Esa maldita sonrisa me resulta irritante de verdad ¡vaya cretino, menudo circo!». De repente noté las miradas de cada uno de los clientes del bar incrustadas en mí. Y no eran miradas gratas
-… ni yo ni mi ayuntamiento podemos mirar hacia otro lado. Es una cuestión de humanidad básica…
-¡Y EN VILLAVIDA LOS VAGABUNDOS MONTANDO FIESTAS! ¡MONTANDO FIESTAS!
Justo en ese momento se puso a llover. Entonces lo comprendí todo