El desheradado: capítulo 1 El desheredado: capítulo 2.1 El desheredado: capítulo 2.2
III.
Hoy todas las calles se han llenado de gente, rebosa un ambiente de pura fiesta y jovialidad. Personas alegres, bolsas en mano, entrando en mil y una tiendas de la ciudad, esquivándome como a la peste: ellos están perfumados. Lo equivalente a la felicidad: prendas y prendas y más prendas y productos de todo tipo rebajados al veinte y al treinta por ciento. O eso pone en los carteles bajo la palabra que se repite, «Black Friday» ¿Y Villavida? ¿Qué pasa con Villavida? ¿A quién le importa ahora Villavida? Dejemos de hablar de Villavida, ya no necesitáis saber más. Puedo imaginármelo todo: me imagino que todo esto acabará en tragedia, desastre, explosión, en una nueva razón para el surgimiento de renovados fascismos.
Imaginad a todo el mundo reivindicando el papel de la limosna y de la caridad oficial frente al despilfarro de Villavida, ese fuerte entramado que regula lo posible y que regala a cada cuál su pedacito de cielo mientras nada cambia por arriba. Porque todo es mentira, las asociaciones de santos apostólicos son una mentira que nos mantiene abajo, los albergues son la mentira donde el espíritu individualista y la necesidad de nuestra época se muestran más crueles y despiadados: vagabundos que nos peleamos por un catre medio podrido, robándonos entre nosotros mientras los otros duermen, asesinándonos espiritualmente a navajazos.
Imaginad a todo el mundo indignado, tachándonos de vagos zánganos que se aprovechan de los abnegados esfuerzos de los que sí se lo curran. Esa ya me la conozco bien: vagos por no imitarles. Vago yo, por no amoldarme, por no rendirme. Trabajo y trabajo y más trabajo duro, porque el trabajo dignifica y porque al que madruga, dios le ayuda ¡ah! y también porque no hay esfuerzo sin recompensa. Esa maldita meritocracia que os hace sudar y pelear mientras los que están arriba se llenan los bolsillos a vuestra costa y se descojonan desde sus tumbonas al sol de un resort caribeño. Olvidasteis que para que unos pocos ganen, muchos otros deberán perder. Siempre, SIEMPRE, esa ha sido la lógica que se os oculta. Os dais palmaditas en la espalda por vuestro tremendo sacrificio… Admirable, admirable. Pero ojo, no cantéis tan pronto la victoria: todos sois unos auténticos héroes sin apenas tiempo de saborearlo.
Imaginad a todo el mundo reclamando su parte del pastel entre las migajas y restos que nos otorgaron por gracia divina. Unas sobras magnificadas por el escándalo de ser capaces de celebrarlo, tan sólo porque osáramos no cargar por un instante con la corona de espinas y la cruz que este sistema tan déspota nos impuso. Por no agradecer arrodillados todo el tiempo el buen corazón del público contribuyente para con nosotros los desgraciados. Porque nosotros nunca tendremos ese derecho, no es para nuestra forma de vida. Y menos a costa de las arcas públicas. El papel que nos tocó interpretar es el de la miseria, la fiesta no tiene cabida, se nos vetó. En este mundo todos tenemos un rol… mientras los vampiros y banqueros devoran el pastel y lo devoran todo, sedientos de sangre y azúcar.
Imaginad en definitiva el Odio, el Desprecio, la falta de Ingresos, los Debates y las Polémicas. Imaginad de nuevo al Último contra el Penúltimo. Es por todo eso que Villavida nunca cobrará vida en realidad. Ni el gobierno más humano se atrevería a suicidarse así. Estáis tan acostumbrados a los azotes de un capataz, a sangrar sudor e interrumpir los sueños para intercambiarlos por señuelos y dinerodinerodinero, que percibís el menor gesto de humanidad real como una injusticia injustificada e injustificable. Está bien, tratad de ser felices así. Pero quizás deberíais hacéroslo mirar. A no ser que adoréis al dios de la hipocresía, tenéis garantizado un sitio preferente en el infierno. Allí nos veremos, iguales, algún día. Cuando todos seamos una raza más de la nada, cuando la vida no pueda separarnos ya del matrimonio con la arena y el olvido. Cuando todos seamos, sin distinciones falaces, la misma ceniza. Polvo y sólo polvo… olvidadnos entre vuestros polvos. Olvidaros de vosotros mismos también ¡Amén, hermanos! y perdonadme. Hoy sólo quise desahogarme a vuestra costa. A costa de vuestras mentiras y de vuestras… ¿cómo era? ah, sí. A costa de vuestras Conciencias.