Como a la noche cantan los grillos y a la mañana los gallos, a las cuatro de la tarde sale la gente a andar. No van a ninguna parte: van, pero sin ir. Caminan en círculos, sin sentido. O sin más sentido que aliviar la mala conciencia de un cuerpo demasiado oprimido por la grasa y el colesterol. Por un lado están las Viejas Vacas Sedentarias, las que se colocan su indumentaria de andar: chándales de mercadillo o ‘Decathlon’, para cumplir con su función atrofiada de moverse. Suelen andar en manada, dando vueltas alrededor de este parquecito –que debe tener unos 600 metros de diámetro. Como mucho. Por ahí vienen las tres primeras, hinchadas y magulladas, con el carnet de identidad caducado desde la época de Paquito, sin darle ninguna tregua a sus lenguas, a paso ligero para ellas pero obviamente lento para el resto de piernas humanas. Acababan de ser adelantadas por una babosa. Por ahí llega una mujer oriental, bastante delgada por cierto. Va vestida con un forro rosa. Su rostro es blanco y triste, más triste que blanco. O puede que no. Parece que se apunta a la moda de España de andar por andar a las cuatro de la tarde, aunque en este caso no lo necesita para perder peso… ¿quizá lo haga para desconectar de ese infierno del ‘Todo a 1 €ulo’? Qué racista me ha quedado, coño, pero no voy por ahí. Al contrario. Quizás no sea moda ni ansias de adelgazar, sino requisito necesario para no volverse loca por llevar una vida de mierda basada en trabajo, trabajo y trabajo. Ahora aparece un hombre añejo, ajado, espigado y famélico, piel roja –color asfixia- recubierta por una especie de mono de obrero, pelo cano y pelado al raso, sin rastro ninguno de esa barba que está de alérgica moda actualmente. El hombre espigado camina como medio desfallecido, arrastrando sus pies en pasitos mecánicos breves. Su brazo derecho se tambalea como un chorizo colgando de una barca. Me recuerda a espinete, pero estando muerto de hambre, deshidratado, deshecho, atado a unos hilos transparentes, movido por un mal titiritero. Más que persona, es una especie de zombi. Por último un hombre alto, relativamente joven y no especialmente grueso, que sigue los rastros de los demás. Lleva unas gafas de sol oscuras y va de negro, como disimulando, como de incógnito ¿a quién pretendes engañar? Tú también compones este patetismo panorámico.
He contabilizado al menos una decena de caminantes más, pero ellos andan al otro lado de la verja del parque, rodeándolo. Las abejas construyen panales, las aves migran, ¿y nosotros? nosotros andamos en círculos… Bueno, ya basta ¿por dónde iba? Ah, sí, página 266…
Otra vez comienza a formarse el bucle de caminantes… sus pasos me desconcentran. La mujer oriental marcha como a siete metros detrás de las tres marujas con uniforme, como guardando la distancia de seguridad que impida colisionar a su cerebro con esos jeroglíficos andaluces tan extraños para alguien cuyo pensamiento se escribe con 漢字. Las Tres Marujas van hablando de una sobrina de una. Solo una maruja habla, y escuchan las otras dos. Con muchísima atención, sorprendentemente. Misión imposible no oírla: su voz puntiaguda domina y devora hasta el quinto mundo de este monte muerto. Tras Las Tres Marujas y La Señora de China, de nuevo aparece El Espinete Zombi. Tiene una expresión aún más ausente, aturdida, perdida. Su curiosa cojera vibra, calza de una mayor asimetría, como si se apoyara de un solo pie. Su cabeza cuelga como degollada. Desprende un olor a podrido, a muerte, sí, ahora lo noto… definitivamente estamos ante un caso zombi. Un zombi demasiado cansado de la vida como para dedicarse a devorar cerebros. Un zombi que no mata, que tan solo anda –o se arrastra- entre la vida y la muerte. Ahora le toca el turno al Hombre de Negro, al caminador de incógnito que no engaña a nadie. Me lo imagino con pinganillo y de portero de discoteca; o quizás, mejor con gorrilla y en un parking de bicicletas…. Ahí anda… Bueno. Sigo. Página 269.
“¡Mira, AHÍ TE QUÉA! …. ¡brbrbrbrbr, SSSHORREANDO! ¡AQUÍ TEHHPERO!”, se para para gritar la MARUJA de la sobrina de antes, la única maruja que habla, gesticulando palabras como en un teatro de barrio, como si la escena que acabara de representar no pudiera ser escenificada mientras se camina. Sus pusilánimes secuaces con sobrepeso y con sobreedad comprenden y asienten. Aquello ha sido como un embrujo de magia negra, un anti-hechizo que me ha sacado violentamente de la burbuja de mi lectura. Han desaparecido La Mujer de China y El Espinete Zombi, seguramente por horario de trabajo y de desmayo, respectivamente. En su lugar aparece El Hombre de Negro, que gana terreno a pasos agigantados sobre los pasos de las Tres Mosquebecerras. Pronto las habrá superado, y ellas le podrán mirar el culo, y quizás enrojezcan y suelten ese “HUY” tan de señora mayor que se escandaliza ante su propio jugo que creían ya asesinado a manos de los cincuenta años junto a Un Marido –uno que nunca ha sabido darles un «mórgamo». Joder, soy capaz de distraerme con cualquier mierda. Olvídate de este bucle tan absurdo de pasos absurdos que no te llevan a ninguna parte… acaba ya con Henry Miller ¡Venga…! Llevo 20 minutos para dos putas páginas.
Ahora solo aparece El Hombre de Negro, ni rastro de las puretas… y de repente, comprendo. El Hombre de Negro ha cumplido con su trabajo de incógnito: EL EXTERMINIO. Se los ha ido cepillando a todxs, una por uno: a Las Tres Marujas, a La Mujer China… bueno, El Espinete Zombi ya estaba muerto.
No hay duda, eso lo explica todo, también su enigmática indumentaria. En realidad no es un caminante, es un asesino despiadado de caminantes, disfrazado de caminante para poder pasar desapercibido ¡AJÁ! Te he desenmascarado, mamón. ¿Cómo te harás llamar hijo de puta?
¿El asesino del sedentarismo?
¿El enterrador de chándales?
¿Absurdo exterminador de seres humanos absurdos?
¡Anda, déjate de gilipolleces! Acaba ya de leerte este puto libro de Henry Miller. Espera… espera… Hace no mucho yo también bajaba a este parque a correr ¿correr, o caminar rápido? Caminar rápido, sin duda. ¿Se habrá quedado con mi matrícula? Joder, no veo al asesino por ninguna parte, pero me siento vigilado. Ahora estoy yo solo en el parque. Estoy cagao, CAGAO. Me tengo que largar de aquí PERO YA. O moriré sin acabarme el libro.
Un momento. ¿Y si es eso lo que él quiere? Puede que sea una trampa…
eso, o soy gilipollas.
Este obra está bajo una licencia de Creative Commons Reconocimiento-NoComercial-CompartirIgual 3.0 España.