Era una vez un pobre tipo que se había equivocado de mundo. Existía, como la otra gente, en el mundo de los jardines públicos, de los cafés, de las ciudades comerciales, y quería persuadirse de que vivía en otra parte, detrás de las telas de los cuadros, con los dogos del Tintoreto, con los graves florentinos de Gozzoli, detrás de las páginas de los libros, con Fabricio del Dongo y Julián Sorel, detrás de los discos de fonógrafo, con las largas quejas secas del jazz. Y después de haber hecho bastante el imbécil, comprendió, abrió los ojos, vio que había sido un error; estaba en una taberna, precisamente junto a un vaso de cerveza tibia. Permaneció abrumado en el asiento; pensó: soy un imbécil. Y en ese preciso momento, del otro lado de la existencia, en aquel otro mundo que puede verse de lejos, pero sin alcanzarlo nunca, una pequeña melodía se puso a danzar, a cantar: “Hay que ser como yo; hay que padecer con ritmo”.
La voz canta:
Some of these days
You’ll miss me honey
La Náusea, J-P Sartre
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