Tras la Cortina de Humo [Análisis de los medios]: La hora del ODIO

 

“Lo horrible de los Dos Minutos de Odio no era el que cada uno tuviera que desempeñar allí un papel sino, al contrario, que era absolutamente imposible evitar la participación porque era uno arrastrado irremisiblemente. A los treinta segundos no hacía falta fingir. Un éxtasis de miedo y venganza, un deseo de matar, de torturar, de aplastar rostros con un martillo, parecían recorrer a todos los presentes como una corriente eléctrica convirtiéndole a uno, incluso contra su voluntad, en un loco gesticulador y vociferante. Y sin embargo, la rabia que se sentía era una emoción abstracta e indirecta que podía aplicarse a uno u otro objeto como la llama de una lámpara de soldadura autógena. Así, en un momento determinado, el odio de Winston no se dirigía contra Goldstein, sino contra el propio Gran Hermano, contra el Partido y contra la Policía del Pensamiento; y entonces su corazón estaba de parte del solitario e insultado hereje de la pantalla, único guardián de la verdad y la cordura en un mundo de mentiras. Pero al instante siguiente, se hallaba identificado por completo con la gente que le rodeaba y le parecía verdad todo lo que decían de Goldstein. Entonces, su odio contra el Gran Hermano se transformaba en adoración, y el Gran Hermano se elevaba como una invencible torre.”

 

1984, George Orwell

El filósofo esloveno Slavoj Zizek afirmaba en su ensayo ‘Sobre la violencia’ que la ideología dominante es tan invisible para nuestros ojos como lo es el mar para los peces. Para explicarlo, utiliza como ejemplo la percepción que se sostiene sobre los crímenes comunistas: “la responsabilidad que se deriva de ellos es sencilla de localizar; nos enfrentamos con el mal subjetivo, con sujetos que actuaron mal. Podemos incluso identificar las fuentes ideológicas de los crímenes: la ideología totalitaria, ‘El manifiesto comunista’, Rousseau e incluso Platón. Pero cuando se llama la atención sobre los millones de personas que murieron como resultado de la globalización capitalista, desde la tragedia de México en el siglo XVI hasta el holocausto del Congo Belga hace un siglo, en gran medida se rechaza la responsabilidad. Parece que todo hubiera ocurrido como resultado de un proceso ‘objetivo’ que nadie planeó ni ejecutó y para el que no había ningún ‘manifiesto capitalista’ ”.

Todos sospechamos que algo no anda bien, pero no podemos identificar exactamente el qué. Andamos perdidos en nimiedades, en minucias. Y en este mar tan confuso que conforma nuestra existencia, somos capaces de señalar a los coches oficiales como los principales causantes del agujero negro de las arcas públicas, o de rebautizar a Zapatero como el padre de una crisis económica mundial. No sabemos cómo funciona el mundo, pero tampoco debemos saberlo: nuestro papel consiste en sostener su funcionamiento mediante nuestro trabajo incansable y nuestro consumo asfixiante y asfixiado. Y al llegar a casa al final del día, derrotados tras una larga jornada laboral, ¿para qué preocuparnos de nuestras hipotecas? ¿y para qué pensar que dentro de ocho horas todo comenzará de nuevo? Encendemos la televisión, y nos distraemos con todos esos espléndidos programas que nos ofrecen ¿acaso debemos recordar que somos tremendamente infelices viviendo así? (¡VEEETE A DORMIR, YA NO PINTAS NADA AQUÍ! ¡Y NO TE OLVIDES DE HACER PIPÍ! (coros: ¡PIPÍ!)) Claro que nada de eso es infalible. La rabia y la ira de nuestras frustraciones comienzan a acumularse –gota tras gota tras gota- cuando observamos que la vida se encarece mientras que nuestros salarios permanecen estancados y nos despiden. O cuando obedecemos dia tras día, y compramos lo que hay que comprar, y vamos adonde hay que ir, y comprobamos que todo eso no es más que una enorme e inútil mierda. Y cuando las gotas de frustración se desbordan, la vida se convierte en una pesada carga que no somos capaces de soportar. Es entonces cuando el entretenimiento omnipresente comienza a perder su tremendo poder para hipnotizarnos: ¡necesitamos una nueva vía de escape! ¡YA! Y es precisamente ahí donde actúan las cortinas de humo.

Cortina de humo es ese nombre que se le da a la distracción que ha sido ideada para encubrir una acción: de esta manera, se disimula la verdad de forma intencionada. Las cortinas de humo están diseñadas para confundir, engañar o distraer, y son técnicas muy empleadas por gobiernos, medios de comunicación y grandes empresas (que son en última instancia los mismos). De esta manera, si echamos un vistazo rápido a la realidad, comprobaremos rápidamente cómo nos intentan distraer, confundir y engañar mediante las cortinas de humo. Por ejemplo, cuando nos intentan vender que debe ofendernos mucho más que Cristina Cifuentes robe como podemos robar tú y yo (una crema, champú, gominolas o una barra de pan), y no porque haya robado como solamente puede robar esa clase social privilegiada que vive sobre nuestras nucas y que nos caga encima como buitres desagradecidos.

Pero con estas cortinas de humo intentan, además, hundirnos todavía más en esa ceguera ideológica de la que hablaba Zizek. Para comprobar cuán hundido estás en la ideología dominante, solamente debes valorar cómo contemplas a todas esas figuras que se presentan públicamente como los cuestionadores “radicales” del funcionamiento real de las cosas: ¿te ofende más una imagen de Pablo Iglesias junto a Maduro que otra de Albert Rivera junto a Zaplana? Si es así, ¡ay amigo! tienes un problema gordo de ceguera ideológica.

 

La hábil cortina de humo de Eduardo Zaplana

Bajo la acusación de blanquear más de 10 millones de euros durante su etapa como presidente de la Generalitat valenciana (1995-2002), Eduardo Zaplana, exministro bajo el gobierno de Aznar, fue detenido hace unos pocos días, y hoy mismo ha entrado en prisión (sin fianza). Junto a la trama Gürtel, el sangrado que el Partido Popular ha practicado sobre las arcas públicas para su propio beneficio provocaría un levantamiento popular en cualquier país que cuente con una democracia medio qué. Claro que, para ser justos, en ninguno de esos países tuvieron que soportar a Francisco Fanco durante 40 años (más prórroga).

En nuestro país (probablemente a causa de la dictadura y una posterior transición afrontada desde el miedo a un nuevo levantamiento), los poderosos han comprobado que las cosas funcionan de una manera distinta. Tal y como rezaba el eslogan que popularizó Manuel Fraga cuando era el ministro franquista de Información y Turismo: “Spain is different”. Sí, somos diferentes. Entre otras cosas, lo somos en esa manera tan especial que tenemos de exigir responsabilidades. Esa manera para la que nos educan día a día, principalmente mediante la indignación y la resignación.

Y así, con el ingreso en prisión de Eduardo Zaplana, colman la sed de sangre del pueblo: con eso, con un señuelo. Tal y como hicieron con Luís Bárcenas, aquel cabeza de turco que fue utilizado como un muñeco de trapo capaz de absorber toda la corrupción de un partido corrupto (DE UN PARTIDO AL COMPLETO), mientras su propio partido (ideólogo y responsable de la trampa COMO INSTITUCIÓN), lanceaba su cuerpo crucificado públicamente.

¿Pero qué es lo que pide el pueblo? Un traidor, un criminal, una bruja, una figura sobre la que poder verter su rabia y su ira y que sea capaz de absorber todas sus miserias, rostros de caras duras que personifiquen su hora diaria de odio frente al televisor o ante la barra de un bar, «-¡Buscamos a alguien, a algún responsable que nos exorcice!» «-¿Eso es lo queréis? Pues aquí lo tenéis». Zaplana va a la cárcel precisamente para ocultar tras él el auténtico problema: el funcionamiento criminal de una banda mafiosa post-franquista erigida como partido político democrático. De centro derecha, católico y patriota. Muy español y mucho español. Y muy corrupto también. Y detrás de ellos, las grandes empresas del Ibex. Y detrás de ellos, la gran banca global. Y sobre todos ellos, el dios dinero.

Hoy Eduardo Zaplana ingresa en prisión. Pero no será por demasiado tiempo. Dentro de comparativamente muy poco (un recuerdo para los chavales de Alsasua), Zaplana, como Ignacio González, como Rodrigo Rato, saldrá de la cárcel. Y todo seguirá exactamente igual bajo este sol que nos reseca la piel mientras que van desfilando poco a poco, uno tras otro, en la pantallita de nuestro televisor de pantalla plana, los teóricos principales responsables de esta gran estafa que llamamos España. «¡Corrupto!” “¡Cabrón!” “¡Ladrón!” “¡Hijo de puta!», gritará la gente en su salón o en el bar, mientras las palabras se pierden en el infinito. Como antaño en la plaza del pueblo; como siempre, tirando tomates al objetivo que nos ponen en el centro de la diana. (Y eso que ni siquiera me he dignado a citar otros casos más burdos y evidentes de «lanceos sistemáticos», como los del chalet de Pablo Iglesias e Irene Montero, el debate sobre «portavoces o portavozas», o cualquier aspecto relacionado con Venezuela o Cataluña).

Zaplana es otro capítulo más de este gran montaje sangrante e invisible como las aguas del gran océano transparente en el que vivimos. Es el enésimo ritual simbólico de sacrificio para que la realidad no cambie nunca, ese pedacito de comida que se agita en frente de nuestras narices pero que, en vez de nutrirnos, nos clava más hondamente el anzuelo. Hoy es Zaplana, mañana será otro. Y así será por los siglos de los siglos y hasta la hora de nuestra muerte. Amén.

 

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