Que viva la España muerta

“La alianza de travestis, feminazis e inmigrantes pretende destruir España desde Cataluña”, retumba la firme vox del Caudillo Supremo. “¡Pero no les dejaremos hacerlo!”, grita y es aclamado por la multitud. “Es por ello que exigimos la liberación inmediata de los presos políticos de la manada, y junto a ellos la de los cientos de miles de hombres patriotas encarcelados injustamente por las leyes totalitarias de género”.

Una ovación ensordecedora explota ahora en el auditorio, y el pecho del Gran Gorila se hincha como una esfera: “Quiero vivir en un país en el que mis hijos no tengan miedo por el mero hecho de ser hombres”, clama el caudillo mientras las hembras cosen camisas pardas de hombres guerreros, en la cocina.

“Porque los únicos que matan a sus parejas son los inmigrantes, y somos los españoles los que pagamos los platos rotos. ¡Por eso debemos expulsarlos a todos! (“¡Sí! ¡Que se vayan!”, se escucha afirmar a su séquito). “Los progres mienten con su lengua de víbora, ¡no os dejéis engatusar por la extrema izquierda! pues no es la falta de cultura, ni la ausencia de oportunidades, ni la desesperación o el aislamiento lo que los hace ser tan violentos ¡sino la esencia brutal de sus genes barbáricos, presentes en ellos desde su mismo nacimiento!” (“¡Que regresen a Inmigralandia!”, refunfuña desde la primera fila un hombre sexagenario, debiendo pensar que existe una única patria en la que nace y desde donde se expande y desborda la escoria humana).

“Los inmigrantes se llevan todas las subvenciones y ayudas, y encima los populistas los defienden a capa y espada… Ya está bien ¡Ya basta de atacar a España y a los españoles! (“¡Ya basta! ¡Ya estamos hartos!”) Pero yo estoy aquí para defenderos. Ha llegado el momento de decirles bien claro que no los queremos aquí. Que se vayan” (”¡Sí! ¡Fuera, fuera! ¡QUE SE VAYAN!”, repite de nuevo el séquito).

“Nos llaman fachas, y no lo entiendo…”, suenan risas en el auditorio. “¡Si solo decimos cosas de sentido común!”, las carcajadas quedan apaciguadas por un ensordecedor aplauso. “Pero no os preocupéis, pues el sentido común está resurgiendo de nuevo… ¡Sí, españoles, estamos de enhorabuena!”. Las multitudes se abrazan, dándose la paz cristiana.

“Aun así, compatriotas míos, extremen el nivel de alerta…”. En medio de aquel abrazo se produce el coitus interruptus: “Mucho se ha hablado ya de separatistas y de comunistas (“¡Buhhh… Buhhh!”… se oyen también silbidos), dos de los mayores cánceres que debemos extirpar del voluptuoso cuerpo de nuestra amada y bella España (“Qué bien habla el jodido… ¿eh?”, cuchichea alguien en el oído de otro alguien); no obstante, cometeríamos un grave error si perdiéramos de vista las demás amenazas que debe enfrentar nuestra querida patria” (“¿Ves, Manolo? cómo habla…”, insiste ese alguien en el oído del otro alguien, que ahora ya sabemos que se llamaba Manolo).

“Pues además de los catalanes y comunistas, y más allá de las feminazis, los homosexuales, los extranjeros y Dani Mateo, ¿sabéis cuál es el otro gran problema de España? (“¿Cuál?… ¡Ilumínanos!”) ¡Los impuestos!”, dice el Caudillo.

Un runrún se apodera del pabellón frente a la nueva verdad revelada:

“El humilde patriota está cansado de tener que soportar esas cargas que tanto le asfixian. Fíjense, es por culpa de los impuestos que el español de a pie ya no puede permitirse comprar una bandera para su mujer, ni otra para sus hijos: ¡debe conformarse con tener solamente una, mientras las inclemencias del tiempo van poco a poco apagando sus bellos colores rojosigualdas en el balcón de cada patriota…!”. Gritos de horror y de llanto se expanden por el auditorio, siendo todos ellos víctimas de un ofendido desgarro en el alma: ¡querella al viento, a la lluvia, al sol! bueno, al sol no. ¿Dónde mirarán de cara si se lo encarcelan?

“El español de bien ya no puede comprarse su paquete de Malboro negro, debiendo resignarse a comprar Pall Mall de contrabando ¡Pero si ni siquiera puede disfrutar de una buena copa de Coñac por la noche, deleitándose con los gloriosos programas de Intereconomía mientras espera ansioso a que su esposa le ponga la cena! Ahora solamente bebe marcas blancas…” (“¡Es verdad! ¡Qué injusticia!”, gritan las multitudes del público).

“Españoles, hermanos, ¡vayamos hacia las urnas! Y si las urnas no están con España, empuñaremos las armas para defenderla…”

“YEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEEH…”. La gente se ha puesto en pie. Aplaude, baila, vitorea. “Gritemos por la España Viva el himno de los Legionarios: ¡¡Que Viva la Muerte!!”, clama el Caudillo

“¡VIVA LA MUERTE!”
“¡VIVA LA MUERTE!”

 

(Todo lo deformado aquí está inspirado en discursos reales)

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