Madurar no es lo que dicen. Madurar es saber conjugar lo mejor de la experiencia con lo mejor de la inocencia. Es crecer lo justo y necesario, ni más ni menos, sin olvidar quién fuiste para nunca convertirte en quien no eres.
Madurar es entender que uno no puede optar a no equivocarse, sino a equivocarse menos. Comienzas a madurar cuando comprendes que lo máximo que puedes llegar a ser
es demasiado perfecto para ser humano,
pero demasiado imperfecto para ser un dios.
Y si además comprendes que vales tanto cuanto amor despiertes
y no cuanto tengas,
estarás más cerca de convertirte en un sabio.
Un sabio que, de practicar y predicar el amor, irá camino de convertirse en santo.
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