Compromiso

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Y ahora, por favor, traten de olvidarlo.

Imagínense por un momento el primer día de clase de un curso cualquiera de niños sin nombre. Los niños están sentados en torno al atril; como tantos otros, como todos los niños: sentenciados. Es la quinta hora del día, y empiezan a estar cansados y algo hambrientos. La agria frescura de las camisetas empapadas por el reciente recreo, junto a la respiración caliente del verano que ya se fue, pero que todavía se nota, han espesado el aire y entristecido el recuerdo. Ahora toca “Historia de la Filosofía”; primera vez en sus vidas que los niños se topan con ese palabro. La tele nunca les habló de él; sus padres y sus amigos tampoco lo hicieron. A los cinco minutos de comenzar la clase, ponemos la oreja y los ojos en el aula. Habla el o la profesora:

«…¿ustedes realmente creen que podrán aprender toda la historia de la filosofía en un solo año escolar? Eso es, evidentemente, imposible. El nombre de la asignatura os miente ¡Empezamos bien! Ni siquiera van a aprender, necesariamente, ninguna historia. Ustedes se disponen a memorizar lo que un determinado editor de libros ha considerado que los niños más o menos maduros o inmaduros de su edad están capacitados para «asimilar», basándose en las competencias obligatorias que el Estado y sus eternamente cambiantes legislaciones educativas establecen por ahora como materia digna de ustedes. Recuerden: dije memorizar; memorizar, no dije aprender. Y eso en el mejor de los casos, pues nadie les obliga a estudiar, ni por tanto a aprobar tampoco. Al fin y al cabo, ni siquiera aprobar significa que hayan aprendido nada útil, ¿no es así? Como tampoco aprobar implica que hayan memorizado mucho: existen las chuletas, existe también la suerte…»

(Durante unos pocos segundos, el o la profesora pasea distraídx, lentamente, cabuzbajx, con los brazos en cruz frente una pizarra repleta de letras y números de una clase recientemente extinta. Los alumnos no entienden nada)

«…así que, visto lo visto, intenten responderme a la siguiente pregunta: ¿Para qué sirve esta clase?»

(Murmullo general)

«es más, hago extensible esta pregunta al resto de las asignaturas: ¿Para qué sirven todas las clases? ¿Para qué sirve el colegio?»

(El murmullo se acentúa)

«He oído varias de sus reflexiones, ¿y saben qué? Todas ellas llevan razón. Tanta razón lleva quien dice que sirven de algo como aquel que se atreve a decir que no sirven absolutamente de nada. Pero además, y quizás sin saberlo, en esa reflexión, cualquiera que esta haya sido, sepan que le han dado sentido y forma a este instante, dándole verdad al nombre de la asignatura misma que van a comenzar ahora: pues hoy, así, acaban de filosofar. Y de esta manera hemos empezado una historia: la nuestra.»

(Los alumnos miran desconcertados a la autoridad profesoral, que parece advertirlo todo con cierta tristeza)

«Miren. Al fin y al cabo no tienen más opción que estar aquí, ¿verdad? Sepan que yo tampoco la tengo, me obligan tanto como a ustedes. Son diferentes tipos de obligaciones, es cierto, pero a la vez es una misma sola cosa: cadenas impuestas por algún responsable, o irresponsable quizás, pero que tiene potestad para hacerlo. Aceptemos que, al menos por ahora, ese centinela invisible puede forzarnos a obedecer. Pero que pueda hacerlo no implica que sea justo ni deseable, ni implica que lleve razón; y sin embargo, y aun así, puede, procede y ejerce. Esperen… ¿Puede? ¿Y por qué creen que puede? ¿Ustedes piensan que de veras puede? Puede, ¡pero solo en la medida en que nosotros creamos que puede! De la misma manera, nosotros podemos dudar de ese poder despótico, y llegado el caso, incluso luchar por cambiarlo. Claro que naturalmente este es un hipotético final, y no tiene por qué ser el nuestro; tan solo lo digo para que ustedes lo sepan. Porque quiero que tengan siempre presente que nada es sagrado en esta vida; aunque así os lo repitan millares de veces. Si pretenden venderles que el hecho de que algo se haya hecho siempre así implica que no existen otras maneras de hacerlo, sepan que eso es absolutamente falso. Nada ha de darse por sentado de antemano. Todo en esta vida se merece, al menos, la duda…”

(El murmullo renace con fuerza ahora mismo, y es difícil determinar si los niños se agitan por el efecto de un rayo que los ha despertado de aquel letargo aprendido, o porque no aguantan ya más el mutismo impuesto por esta misa monótona que emana del consagrado sacerdocio profesoral: ¿acaso ya han entendido que pueden discutir el poder –¿tan pronto llega la revolución?-, o es que lo respetan ya por inercia –y escapan también por inercia de él, imbuidos en la sordera selectiva de no escuchar aquello que intenten imponerles desde el atril de la autoridad, y explotando a hablar como las bombas, así de repente, tan solo porque la pólvora de estar vivos se cansa, se cansa, se cansa, de reprimirse tanto, pagando así este intento de justicia por los pecados de tantos otros profesores…-?)

“… Volviendo a la realidad, es decir, a nuestra obligación en cuestión, puesto que ahora mismo no tienen más elección que permanecer aquí encerrados, y puesto que yo, dentro de lo que cabe, solo la tengo mínimamente, me encargaré de que estas horas de (j)aula les sean, al menos, de utilidad… Y si es que así lo desean. Porque si no lo desean, sepan que tienen mi total y absoluto permiso para perderse en su imaginación; ya que en el plano físico, por desgracia, no me permiten mandarles al patio, ni a la calle, ni a sus casas, ni a ninguna otra parte adonde quizás debieran estar ahora mismo, porque es en esa otra parte donde seguramente podrían estar desarrollando aquello que verdaderamente les llena como personas, siendo libres, sin filtros y sin restricciones, en lugar de estar aquí encerrados sin opción a réplica. En cierto modo no les fuerzo a nada dentro de lo que ya les obligan otros. Pero quiero decirles que aquí vamos a estar para algo. Aquí estaremos, y me incluyo a mí mismx también, para preguntarnos sobre la vida. Para aprender, en la medida de lo posible, de nosotros mismos y también de los otros. Para aprender de tanto, tanto preguntarnos. Para aprender a entendernos, y a respondernos, y a respetarnos, y a equivocarnos, y a dudar y a reformular una y otra vez las mismas preguntas si hiciera falta. Aquí estaremos para formarnos y cambiarnos un pensamiento que no debe ser nunca rígido. Memorizar es lo de menos. Aprobar nunca fue tan importante. Si estamos aquí para algo, es para filosofar; es decir: para PENSAR. Y así ir aportando poco a poco sentido a nuestra propia historia.”

(Entonces, el o la profesora piensa por un instante: “algunos seguimos soñando con otros mundos. Y no dejaremos de hacerlo”)


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