Macha

Ante la reivindicación feminista de la necesidad de articular un nuevo lenguaje, la reacción viril siempre es contundente. No obstante, no creo que haya una maldad consciente en dicha reacción, que no es más que el fruto del omnipresente semen que esparce la ideología oculta (por ser la ideología reinante) que lleva al macho-alfa a defender su invisible privilegio (por estar siendo éste percibido como «lo natural»). Se entiende entonces que cualquier llamamiento a la reflexión crítica sobre este asunto sea asumido por más de uno –o por más de mil- como un ataque directo hacia sus magníficas gónadas; y más cuando dicho llamamiento suele incluir la agresividad, que se manifiesta en forma de insultos tales como machirulo, señoro, pollavieja, etc.

Vale. Dos cositas:

Uno> tratar de imponerse al que se impone a ti, ¿no es compartir sus mismos fines abominables?
Y dos> aunque no les falte razón a dichos insultos algunas veces, ¿qué es lo que se quiere conseguir aquí? ¿Se pretende solo el desahogo… O se requiere convencer?

Porque los insultos nunca suman: siempre restan. E intentar ganar para la causa a aquel a quien ridiculizas y encierras en un estereotipo –el del cincuentón grasiento y medio calvo sentado en el sofá con una cerveza en la mano y el mando a distancia en la otra (vamos: un Homer Simpson)-, no me parece que sea la mejor estrategia posible. Solo mediante el intento de seducción se conseguirá algo distinto al vómito testosterónico por parte de quienes reaccionan ante los mordiscos mordiendo todavía más fuerte –“¡radicales!”, “¡feminazis!”, “¡malfolladas!”. “Una buena polla es lo que yo os daba…”. “Ni machismo ni feminismo: ¡Igualdad!”.

Amigas, por favor: sientan compasión por quienes dicen todo esto, pues no merecen otra cosa –¿o de veras creen que estos mamones se merecen el privilegio de vuestro cabreo? Los cobardes lo tienen muy fácil para defender su cobardía, ¡apenas necesitan argumentarse! Es la herencia patriarcal la que les ampara, protege y defiende. En esta guerra desigual y fratricida –guerra disfrazada en forma de un embarrado debate en redes-, regalarles una salida de tono puede significar ese chaleco salvavidas al que necesitan agarrarse para escapar de su vacío argumental, y de esta forma descalificarnos –¿eso queremos, que nos caricaturicen? Bah… Ponérselo tan fácil debería ser un delito.

Por eso resulta más que imprescindible caminar con pies de plomo sobre este asunto. Debemos empuñar la inteligencia, ni el insulto ni el desprecio. Al fin y al cabo nos acompañan todas las razones del mundo: ¿y qué otras armas deben empuñar quienes llevan la razón caminando a su lado?

Porque lo que no se puede negar, es la impregnación machista del lenguaje. Recuerdo que en mis años mozos en Madrid, el apelativo coloquial “macho” (similar a tío, quillo, tronco, acho) experimentaba un extraño contorsionismo de género cuando lo utilizaba una mujer para referirse a otra. Pues en lugar de utilizarse “hembra” –que sería lo lógico-, utilizaban –atentos (redoble de tambor…)- ¡¡¡“MACHA”!!! Y esto ocurría a diario sin provocar el sonrojo ni el asombro de nadie. Tócate los huevos –que no los ovarios. ¿Tienen algo que decir al respecto los fanáticos de la Real Academia de la Lengua? Jaque-mate, Pérez-Reverte.

La reflexión que toca hacer ahora es: ¿por qué surge espontáneamente el apelativo “macha” –y no “hembra”? O dicho de otra manera: ¿por qué no nos apelamos todos con la palabra “hembra” –surgiendo entonces la variante absurda de “hembro”?

Quizás sea porque la palabra “hembra” lleva implícitas tantas connotaciones de “debilidad”, que haría ineficaz cualquier apelación efectiva (y ya “hembro” para qué contarte; sería directamente percibido como un insulto).

Por no hablar de que ser la polla es “la hostia de bueno” y ser un coñazo es “muy aburrido”. Ejemplos de esto, los hay a puñados. Y ninguno deja en buen lugar a la mujer.

«No te rayes, macha. Son solo palabras…» ¡Y un carajo «solo palabras»!, pues las palabras importan. No podemos olvidar que la forma en que hablamos es la que nos hace percibir el mundo, y quien niegue esto es un inconsciente o un pobre ignorante: mi enhorabuena. Hablamos un lenguaje, pero el lenguaje también nos habla a nosotrxs; y si pretendemos la igualdad real de una puta vez, sería conveniente que nos planteáramos revisarlo; pero sin ponernos a la defensiva ni atacarnos como a enemigxs. Debemos hacerlo sin cerrojos y sin fanatismos, buscando el entendimiento, pero ante todo siendo conscientes de que aún tenemos cosas más importantes por las que luchar. Muchxs de lxs que hoy se enfrascan en mil batallas sin trascendencia se sorprenderían al comprobar que en el fondo comparten trinchera. Si pretendemos la victoria pendiente, debemos estar todxs juntxs.

He dicho.
Firmado: un hembro cualquiera (HEMBRO, y a mucha honra)

*  *  *

Está claro entonces que es hablando como se hace el amor.”

Jacques Lacan

 


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