Fue verlos pasar y sus ojos enloquecieron como los de un felino cazando en una noche de sangre. No sabe ni dónde está ahora, ni sabe muy bien lo que ha hecho; pero sí que no se arrepiente. Alguien que no reconoce le está preguntando algo. Se siente tan desorientado que no comprende lo que le dice. Como él no contesta, aquella persona desconocida comienza a reconstruir los hechos.
Eran las 00:12. Juan y Fernando iban caminando por la calle cogidos de la mano. Un hombre oscuro, surgido de la nada, empujó por la espalda a Juan con la fuerza de una colisión frontal de coches. Fernando aún sentía la mano caliente de Juan sobre la suya cuando emitió aquel horrible gemido de espanto. Todo ocurrió en apenas una milésima. Juan había caído de bruces al suelo, golpeándose el cráneo contra un bordillo. Fernando ni siquiera reparó en el agresor: se abalanzó por instinto hacia el cuerpo tendido de la persona a la que amaba, pero…
ni siquiera llegaría a tocarlo. Una patada voladora impactó sobre su nuca. Silencio, silencio.
Silencio.
La mujer del tercero lo había grabado todo. Revisó el vídeo, sí, era cierto: todo aquello había ocurrido de verdad. El acontecimiento estaba encarcelado dentro de su mano. Ahora tenía poder sobre él. Podía levantar aquellos dos cuerpos tan solo rebobinando. Podía salvarlos una y otra vez; podía, podía, podía… Silencio.
La mujer guardó el vídeo y activó el teclado para hacer una llamada.
Sonido de sirenas, aceras coloreándose de luces rojas y azules, un hombre que pasa
-¿Qué ha ocurrido aquí?
-Parece ser que ha habido una agresión homófoba.
“O mío, o de nadie” fue lo primero que pudo decir a su abogado aquel desgraciado hombre. Las raíces rojas de la rabia todavía envolvían esos ojos que sin cesar emanaban gotas saladas manchadas de sangre.
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