Mientras la gente permanecía confinada la ciudad se fue llenando de ratones, ratas, gatos, perros, palomas, ovejas, vacas, burros, gallinas, gallos, toros, caballos, cabras, zorros, cerdos, jabalíes, lobos, osos, linces, gacelas, ciervos, bisontes, rinocerontes, tigres, búhos, leones, elefantes, monos, buitres, jirafas, hienas, zarigüellas, cebras y águilas, animales todos ellos invisibles ante los ojos del progreso. De entre las rendijas del asfalto y del hormigón caliente comenzaron a germinar bellas flores, plantas de todo tipo, arbustos y árboles frondosos que deformaban las losetas del suelo; y de esas nuevas grietas, asomó la hierva. El verde comenzando a devorar poco a poco el color gris, el aire descargando su venenosa espesura, las noches repletas de ruidos que nada se parecían al motor de los coches; y los humanos en sus balcones, preocupados porque el papel higiénico ya escaseaba en las despensas, atenazados por el miedo a salir y ser devorados por una fiera cualquiera, atrapados en sus decoradas jaulas hechas a medida. La vida comenzaba de nuevo y el ser humano regresaba al punto de partida; entonces se miró al espejo y comprendió su insignificancia; que solo, no es nada; que solo juntos puede ser. Agarrados a escobas y fregonas volvieron a salir al mundo de la mano, protegidos por el de al lado, protegiendo al que está detrás. En medio de los nuevos campos esparcidos sobre los antiguos parques encendieron mil hogueras prendidas con esos papeles que antaño llamaban dinero. La reconquista había comenzado y de la única forma en que podía: volviendo a ser el humano aquello que olvidó ser.
*[Pero la pregunta es: ¿cuánto tardará en volver a olvidarlo?].*