Cientos de personas se miran sin saludarse dentro de un vagón estrecho, directos a producir. A esa misma hora, en medio del desierto urbano, un adulto en paro se aposenta en un banco del parque con una cerveza tibia. Ese irresponsable nos está matando a todos. Menos mal que aparece alguien que desde su balcón le recuerda:
“Señor, ¡váyase a su casa!”,
“¡Nada se le perdió en la calle!”,
“¡Entérese, hijo de perra, que es usted un asesino!”.
Este individuo graba la escena con su iphone, y no deja en paz al rebelde hasta que consigue que se marche. ¡No cabe en sí de gozo tras el éxito de su encomiable gesta! Y como sería muy egoísta por su parte si no le mostrara al mundo entero lo que ha hecho, se decide por compartirlo en redes, alcanzando el aplauso fácil de toda una orgullosa nación:
“¡Bravo!”,
“¡Épico!”,
“¡Héroe!”,
le escriben los usuarios. Pero él es humilde y comenta:
“No, yo no soy ningún héroe. Tan solo soy un ciudadano que ha cumplido con su deber”.
El vídeo se hace viral. Su nombre se hace famoso. Sonríe para sus adentros pues, tras toda una vida ignorado, luchando por ser reconocido, un virus lo ha coronado. Ahora es El Gran Salvador de la Patria.
Hoy el salvador de la patria se ha levantado exultante. Comienza la Fase Cero: ya puede salir a correr. Esta mañana las cifras de fallecidos son justamente el doble de las que hubo aquel día que le catapultó a la fama; y, sin embargo, hoy podrá salir a la calle sin correr el riesgo de matar a nadie por ello. Quizás nuestro héroe no entienda de criterios sanitarios, pero nadie puede negarle que es un experto en justicia.
Se coloca la mascarilla, solo por preservar su identidad. No quiere que le reconozcan, él quiere ser como Batman. No ha corrido en su vida, pero hoy correrá una hora. Del balcón de su casa pasa directo a la calle.
Durante el trote se cruza con cientos de deportistas madrugadores a quienes, por supuesto, mira con cierto recelo. Se ve que todo el mundo ha aprovechado el permiso: la franja de libertad condicionada se traduce en aglomeración de runners.
Espera un momento… Algo no va bien. No han pasado ni quince minutos y el salvador de la patria tiene que interrumpir la marcha. Siente que el bazo le va a salir de la boca. Se inclina y vomita cual si fuera una boa indigestada tras haberse tragado un bisonte adulto. Entonces, el mundo comienza a volverse borroso. De repente, pierde la fuerza de sus piernas. Su cuerpo se tambalea, el conocimiento se le marcha. La pantalla se funde de negro: toca siestecita urbana.
Los corredores van pasando a su lado, pero nadie se para a ayudarle. ¿Y si se ha desvanecido por estar infectado del covid? Hay que mantener las distancias de seguridad. Tampoco será rescatado por los demás salvadores de balcones, quienes han contemplado la esperpéntica escena limitándose a inmortalizarla con sus teléfonos móviles.
Ahí permanece el salvador de la patria, desmayado como un semidios tras finalizar su divina obra, derrotado como Aquiles en su última batalla. Durante su viaje astral, sueña con que alguien escribirá su Epopeya.
Y en esas estamos.