Al Ándalus distopía Palestina

Al-Ándalus: ¿Cómo te sentirías tú?

2037

Estos son los primeros años tras la caída del Imperio de las barras y estrellas, potencia hegemónica durante los dos últimos siglos. Toma ahora su relevo la República Popular China, un vasto territorio que se hizo a sí mismo a través del trabajo incansable y casi heroico de su gente. Un planeta bilingüe –idioma materno e inglés– comienza ahora a hablar con fluidez el chino mandarín tras los nuevos acuerdos alcanzados entre China y los países de la Unión Global (UGLOB –organismo sustituto de la ONU, con sede en Pekín–), con la consiguiente adopción de reformas educativas que van instaurando al mandarín como segundo idioma en la mayor parte de las escuelas de todo el globo. La influencia ejercida por una potente industria cultural con raíces en el país asiático ya inunda al mundo entero con su cine, sus series y sus músicas –y, junto a estas, como pack indivisible, también con su lengua, sus costumbres y sus cosmovisiones–.

Antes, durante las cinco décadas que preceden a esta historia, las políticas expansionistas de los Estados Unidos de América degeneraron en un panorama escalofriante de guerras, destrucción y exterminio del pueblo árabe. Siria, Libia, Afganistán, Pakistán, Irán, Iraq o Palestina fueron cayendo, un país tras otro, bajo el fuego enemigo y el polvo. Víctimas de aquel genocidio murieron asesinados más de cincuenta millones de musulmanes, mientras que la destrucción, la miseria, la contaminación y la radiación dejaban las extensas zonas que antaño abarcaban aquellos países prácticamente inhabitadas e inhabitables.

Bombardeo de Irán, año 2034
Irán, 2030
Barack Obama con bigote de Hitler
Retrato de Barack Obama, Hui Ying Yuga, 2035

No obstante, la caída del Imperio implicó que sus crímenes pasaran a ser juzgados de la forma en que realmente se merecían. Los libros de historia ya hablaban de un Primer Holocausto, el judío, y de un Segundo Holocausto, el árabe. Presidentes estadounidenses de gran renombre fueron entonces inscritos por parte de la opinión pública dentro de la misma categoría en la que ya se encontraban otros personajes semejantes y también dueños de la vergüenza, como pueden ser Adolf Hitler, Benito Mussolini o Iósif Stalin. Por último, el resto de políticos y militares responsables de tales genocidios fueron perseguidos con firmeza por parte de la Justicia Mundial, gracias a las labores de una institución creada al efecto bajo el nombre de Tribunal Internacional Unificado (o TIU).

La función principal de dicho tribunal era la de intentar reparar con las armas legales del presente a un pasado que se sustentaba en la masacre de unos seres humanos sobre otros por motivos exclusivamente económicos, aunque siempre disfrazados de culturales y civilizatorios. Este órgano ha seguido funcionando desde entonces hasta nuestros días, obteniendo resultados desiguales y no exentos de polémica –cabe destacar que decenas de políticos y militares han sido capturados y consecuentemente condenados a cadena perpetua, aunque la mayoría sigue aún en libertad o en paradero desconocido–.

Pero dejemos a un lado estos últimos sucesos y rescatemos de nuevo el punto central que nos ha traído hasta aquí: que los pueblos supervivientes del Segundo Holocausto habían sido condenados al exilio tras la destrucción radiactiva de sus tierras ancestrales. Diezmados, nómadas y apátridas, se dividían en multitud de asentamientos a lo largo y ancho de todo el globo. Aquella nación sin patria anhelaba un nuevo hogar, y la humanidad entera estaba en deuda con ella. Una deuda que el nuevo orden liderado por China estaba a punto saldar gracias a un acuerdo histórico.

Fotografía tomada en Kaliningrado, año 2036
Grafiti fotografiado en una calle de Kaliningrado, 2036

La nueva patria

Bandera oficial de Al Ándalus
Bandera oficial de Al-Ándalus

Amparado en la II Declaración Universal de los Derechos Humanos –declaración que tuvo que renovarse, vista la escasa credibilidad que gozaba la anterior–, el gobierno chino propuso la votación más trascendental en la todavía joven historia de la UGLOB; y, en un gesto solidario sin precedentes, todos los países miembros deciden por unanimidad la recreación del antiguo Estado de Al-Ándalus.

Esta determinación consensuada de localizar la nueva nación islámica bajo las fronteras de un territorio hasta entonces conocido como España fue cociéndose a fuego lento, pero no por ello fue fruto del azar. Dicha decisión estaba fundamentada en las raíces y reivindicaciones históricas del mundo árabe con respecto a la Península Ibérica. Concederles un antiguo anhelo se presentaba como la mejor opción para reparar los daños causados y empezar a caminar con buen pie sobre las arenas de este mundo nuevo que apenas comenzaba a gestarse, con la esperanza de que todo ello desembarcara en una verdadera era de paz con vistas a ser, esta vez sí, definitiva.

Sin embargo, y como a menudo suele pasar, una cosa son las resoluciones o tratados políticos y otra muy distinta la opinión de los pueblos a los que estos afectan.

Mural en la sede de la Unión Global, Pekín
Mural de la sede de la UGLOB, Pekín

Tiempos convulsos

”La bella verdad descrita, tan espléndidamente manuscrita, comprometida y firmada con fervor por parte de los más altos representantes, fue, sin embargo, recibida con pavor por sus más que honorados vecinos destinatarios (…) pues intuían que dicha verdad mantenía un breve fallo en sus genes mismos: que era mentira.”

Extracto de la obra Quejío amargo, del periodista y poeta apátrida Yósep Amadobv

A pesar del continuo despliegue de poderosas campañas mediáticas en favor de la resolución adoptada por la Unión Global, una amplia muchedumbre de los españoles nunca vio con buenos ojos que se la “expropiara” de su tierra y sus costumbres. Cuestionando una decisión a la que tachaban de “antidemocrática”, multitud de manifestaciones se sucedieron por las calles de toda Al-Ándalus a lo largo de varios meses, generando una enorme inestabilidad inicial en el recién creado país –las cifras al respecto no están demasiado claras: algunas estimaciones superan ampliamente el millón de manifestantes; otras, apenas alcanzan los pocos cientos de miles–.

Fotografía de manifestantes españoles en Salamanca, año 2041

En cualquier caso, muy pronto se produjo lo que fue considerado como un amargo ataque por parte de los pueblos preandalusíes. Una resolución que, en un principio, no incluía la expulsión forzosa de los antiguos pobladores de esta nación resucitada, acabó sucumbiendo víctima de su propio y subestimado peso.

Debido a la inabarcable avalancha de nuevos y legítimos pobladores que llegaban a Al-Ándalus, la comisión responsable de afrontar la Transición Democrática al nuevo país pronto se vio obligada a elaborar lo que vinieron a catalogarse como Programas de Realojamiento. Mejor conocidos como PDR, se trataba de una serie de proyectos enfocados fundamentalmente en las grandes urbes del país andalusí, en virtud de los cuales se trató de relocalizar en departamentos privilegiados de otros países a los habitantes de aquella nación, España, recientemente extinta en pro de la paz.

No obstante, y a causa de los estrictos requisitos exigidos para poder acogerse a dichos programas, solo las clases más adineradas pudieron adherirse a los mismos. En torno a un millón de españoles consiguieron acogerse a los PDR. En contraposición, las poblaciones más humildes fueron desplazadas paulatinamente hasta quedar hacinadas en las periferias.

El espacio material para proceder al alojamiento de todas las demandas era, lógicamente, limitado. Fallaron las estimaciones de una manera estrepitosa, así como las medidas adoptadas resultaron ser insuficientes, generándose varios disturbios que tardaron en ser sofocados. En consecuencia, y debido a la extrema gravedad de esta notable negligencia, los técnicos y responsables encargados de elaborar las anteriores previsiones fueron multados, expedientados y, finalmente, destituidos de sus cargos.

La situación de los españoles, de mal en peor

Los españoles que permanecieron bajo las fronteras andalusíes –en su mayor parte clases medias y bajas, tras el éxodo de las pudientes– padecieron la imposición forzosa de un nuevo modelo sociocultural. El recién estrenado Estado Árabe comenzaba a afianzarse en el poder; y, aunque se autodenominaba como “laico”, en la práctica se le imposibilitaba el acceso a las altas esferas políticas y económicas a toda aquella persona inmersa en otros credos, culturas, opiniones o costumbres. Los negocios quedaban casi en su totalidad reservados para los nuevos pobladores legítimos. Los medios de comunicación estaban siendo copados por el idioma e idiosincrasia oficiales. Las calles y plazas eran rebautizadas, y se derruían monumentos para reconstruir encima otros más acordes con los nuevos tiempos, mientras que los españoles, segregados y empobrecidos, ostentaban en su mayor parte los trabajos más precarios. Su marginación –se decía desde los medios y altos estamentos oficiales– era por “voluntad propia”, al no querer asumir como propias las nuevas costumbres ni la visión sobre el mundo que ofrecía el Estado de Al-Ándalus. En cualquier caso –repetían los medios–, “siempre podían emigrar”.

Todo este turbio telón de fondo fue el embrión de multitud de organizaciones y movimientos políticos y sociales que surgieron desde los más bajos guetos hispánicos. En virtud de las fuerzas aglutinadoras que ofrecían dichas asociaciones y partidos políticos, los españoles residentes en el país andalusí trataron de reivindicar “reconocimiento y respeto” para unos derechos que consideraban “perdidos”. Siempre por el camino de la legalidad, reclamaban “más y mejores oportunidades, el derecho a una existencia digna y el fin de las imposiciones culturales e ideológicas, en pro de una coexistencia pacífica y mutuamente enriquecedora” (Manifiesto de San Fernando, 2042).

Sin embargo, y muy desafortunadamente para este nuevo mundo que apenas era un recién nacido todavía, aquella situación se había vuelto una olla a presión.

El surgimiento de JAMÁS

“¡Pero cuánto se parece este mundo a ese otro que venimos abandonando!”

Pintada encontrada en las paredes de Carabanchel, Madrid (2041), firmada por el enigmático artista callejero Vansky

Como ya adelantábamos, la impotencia comenzaba a pesar de una manera contundente sobre las espaldas de los españoles. Cada reivindicación pacífica era rechazada, silenciada o directamente ignorada por parte del poder político y por los medios de comunicación mundiales, omnipresentes para tantos otros asuntos. El menosprecio por parte del oficialismo y las promesas incumplidas creaban un resentimiento que se volvía cada vez más inflamable; así, la semilla de la violencia, que se estaba sembrando sin pretenderlo, acabó por germinar dentro de las mencionadas organizaciones políticas en forma de facciones que apostaban por dar inicio a un “proceso de lucha armada y revolucionaria”.

Las demandas del pueblo español, siempre llevadas a cabo por cauces legales, continuaron siendo improductivas, inútiles y frustrantes; algo que, naturalmente, provocó que los violentos fueran cobrando cada vez más fuerza dentro de los partidos hispánicos, impulsados por el fuerte calado que sus discursos radicalizados mantenían para amplios sectores de los españoles, quienes, como ellos, pedían “recuperar sus tierras” y “expulsar a los invasores”.

“El camino ejemplar de los auténticos patriotas es continuar la lucha sin cesar, ¡ya no hay tiempo para la tregua! Un camino que nos conducirá de nuevo a ser el pueblo soberano y libre que fuimos, somos y seguiremos siendo como ese sol que renace por las montañas tras la más oscura de las noches. Ante la situación de ninguneo y sometimiento histórico que viene sufriendo nuestra silenciada estirpe, tenemos hoy más que nunca el deber de gritar más fuerte todavía, de hacerles frente con la firmeza estoica del miura para asegurar la supervivencia de nuestra raza milenaria (…) pues solo así podremos ganar la salvación para nuestra amada España. Y si durante el camino a la liberación hemos de empuñar las armas, ¡las empuñaremos sin miedo a la muerte!”

Discurso de Arnaldo de Rivera, famoso líder de la resistencia hispánica.

Las tesis del ala radical fueron madurando y experimentaron un enorme éxito de reclutamiento; hecho que otorgó a sus cabecillas la legitimidad suficiente para poder cuestionar los liderazgos internos de los partidos en los que aún militaban. Sin embargo, su naturaleza sangrienta y revolucionaria fue la clave de la posterior escisión, pues la hoja de ruta propuesta era totalmente incompatible con aquellas organizaciones, de un indiscutible talante pacifista.

Se produjo entonces un fuerte enfrentamiento interno que se prolongó a lo largo de varios meses. Los nuevos líderes tachaban a los antiguos de sucumbir con demasiada facilidad a las presiones del poder establecido, y consideraban que “continuar por el camino de la legalidad” ya no era útil para lograr los objetivos marcados. Coincidiendo con la enésima muestra de desprecio por parte de un torpe gobierno andalusí, las tendencias radicales decidieron reorganizarse y se agruparon en una entidad política independiente conocida bajo el nombre de JAMÁS –organización que se vio forzada a pasar muy pronto a la clandestinidad, puesto que la persecución atosigante que sufrían sus líderes y militantes se había multiplicado exponencialmente desde el momento mismo de su fundación–.

Los medios de comunicación andalusíes y mundiales comenzaron a hablar entonces de JAMÁS como una peligrosa “banda armada terrorista” conformada por “soberanistas españoles exaltados”, generando todas estas consignas, no sin razón, un profundo estado de pánico en el seno del pueblo andalusí. Esta sería la primera piedra del potente racismo antiespañol que aún a día de hoy padecemos en nuestras sociedades.

Logotipo de la banda terrorista JAMÁS

La insurrección española

Durante las primeras décadas de su existencia, JAMÁS estuvo combinando la acción política con el contrabando de estupefacientes. Su objetivo era obtener financiación para organizar y armar un ejército que iba a ser posteriormente nutrido por fervientes fanáticos obsesionados con una sola idea: la de su “libertad”. A principios de la década de los setenta, después de varios atentados contra mobiliario urbano y monumentos públicos andalusíes –en los que, afortunadamente, no hubo que lamentar pérdidas humanas–, se produjo un levantamiento popular paradójicamente conocido como “La Insurrección Invencible”. El autodenominado Ejército Popular Español, formando en tropas irregulares y excesivamente dispersas, se alzó violentamente en armas ante el orden establecido el 2º día de mayo del año 2072. Los objetivos principales de JAMÁS fueron los capitolios, comisarías y mezquitas, que eran asaltadas al grito de “España para los españoles”. No obstante, ante las facilidades otorgadas por la inexperiencia y la ingenuidad de unas pasiones mal canalizadas, la respuesta militar –estructurada, ordenada, adiestrada, competente y, sobre todo, debidamente armada– del ejército andalusí dejó en suaves caricias aquel ataque.

Un soldado del ejército popular español

El alzamiento quedó brutalmente aplastado. Los sublevados, armados precariamente –más en coraje y en rabia que en armas acordes–, poco pudieron hacer frente al inmenso poder militar de Al-Ándalus, que contaba, además, con el apoyo incondicional de las Milicias Populares Chinas y de las brigadas de la Unión Global –mejor conocidas como Cascos Rosados–. Atrincherados en Los Monegros, los últimos insurgentes lograron resistir las embestidas militares hasta sucumbir finalmente frente a la Ermita de San Caprasio, entonando a viva voz una jota a la Virgen del Pilar mientras eran detenidos y dejando para la historia una de las escenas más recordadas de aquella triste contienda.

Tras pocos meses de iniciarse la sublevación, la inmensa mayoría de guerrilleros españoles habían sido torturados, condenados, encarcelados o fusilados. Pero, a pesar del rápido sofocamiento del ejército rebelde, la estabilidad de Al-Ándalus quedaba ahora en entredicho. Una nueva agresión podía volver producirse en cualquier momento, y estaba en juego ya no solamente el bienestar de una población vulnerable, sino, sobre todo, el símbolo más visible de los actuales tiempos de paz auspiciados por la UGLOB y, más especialmente, China. Estaba en peligro, en definitiva, la estabilidad de todo un Nuevo Orden.

Ante el pánico generado por la reciente Cruzada Española –”La prueba viviente de los oscuros efectos del dogmatismo y el odio sobre las almas humanas”, en palabras del propio presidente de Al-Ándalus, Mohamed Alabi–, las periferias de las ciudades –donde los españoles vivían en su mayor parte– quedaron inundadas de tanques y drones con banderas chinas y andalusíes. Se iniciarían entonces persecuciones y purgas para exterminar cualquier atisbo de sublevación. Los asesinatos en pleno día y las detenciones masivas fueron la tónica habitual durante los doce primeros meses. Más tarde, se elaborarían planes de traslados forzosos para los hispanos en nombre de la seguridad del Estado de Al-Ándalus.

2083

Como resultado de casi medio siglo de continuas expulsiones, el territorio de Al-Ándalus quedó casi esterilizado de la potencialmente peligrosa población hispana, exceptuando las dos pequeñas regiones donde se la concentró: la franja de Huelva y la franja de Murcia. Mientras tanto, una política firme y la presencia militar ininterrumpida habían logrado minimizar los estragos de los contados ataques terroristas serios de JAMÁS, a la vez que muchos españoles, generosamente sobornados o en reacción espontánea ante una ideología subversiva a la que acusaban de ser la “responsable de sus miserias”, habían jurado o vendido su lealtad al régimen andalusí, conformando los denominados Grupos Antiterroristas Patrióticos (GAPOS). Estos paramilitares llegaron a acusar, delatar, detener y hasta a asesinar sin miramientos a sus propios vecinos y familiares –siendo estos inocentes en la mayor parte de los casos, como posteriormente pudo demostrarse gracias a la labor de investigadores independientes–. Por otra parte, el levantamiento de un muro que separaba las franjas del resto del territorio y el establecimiento de férreas aduanas garantizaron la seguridad y la protección que la población andalusí demandaba de su gobierno. Si bien es cierto que los atentados no cesaron de producirse en todo este lapso de tiempo, los terroristas –carentes de tecnología y equipados precariamente con armas de fabricación casera– eran siempre capturados con relativa facilidad, siendo luego encarcelados de manera indefinida y en unas condiciones de salubridad pésimas. El intenso miedo que todo esto llegó a infundir entre las poblaciones hispanas provocó que muchos bajasen la mirada ante las injusticias que contemplaban a diario, tal y como relató en su libro Melancolía el poeta apátrida Yósip Amadobv: “De Pánico eran las balas de las armas andalusíes; de un pánico que transformaba al toro indomable ibérico en un cochinillo manso, extirpado de raza, mellado de todo colmillo, forzado a base de golpes a ser doméstico (…) [los españoles] caían como víctimas de una Selección Natural de la mansedumbre”. No en vano, era imperativo inhibir al máximo el posible resurgimiento de conductas subversivas. El sostenimiento de la paz exige siempre de ciertos sacrificios que eviten la guerra.

Fotografía desde el muro de la franja de Murcia

Sin embargo, y pese a la gran turbulencia que se respiraba en las franjas, lejos de la impresión de abandono general que todo lo anterior pudiera arrojar ante los lectores, el Estado andalusí no escatimaba en esfuerzos para lograr una coexistencia pacífica con los hispanos dentro del país. Pruebas de ello fueron la proliferación de escuelas y correccionales con dineros públicos andalusíes o el ofrecimiento de visados especiales, que permitían trabajar tras los muros a todos aquellos que acreditaran debidamente su buen comportamiento. En la estable y desarrollada Al-Ándalus, los españoles llevaban a cabo los trabajos más precarios, aquellos que los andalusíes desechaban; al fin y al cabo, alguien tenía que hacerlos.

Pero, a pesar de todos esos loables intentos por alcanzar la inclusión de este pueblo marginado dentro de la sociedad civil islámica, la situación general de los españoles continuaba empeorando cada vez más. La miseria, la violencia y el miedo inundaban las calles que habitaban; el hambre, la enfermedad y la desesperanza eran tan indivisibles a su existencia como la muerte lo es a la vida; los atentados, al producirse dentro de las propias fronteras amuralladas, causaban continuos destrozos en aquel hábitat enjaulado, y multiplicaban exponencialmente la rudeza y el rigor aplicados por los militares chino-andalusíes; los terroristas españoles, lejos de lograr sus objetivos, acababan por hundir a su gente más hondamente dentro del pozo de su propia existencia infrahumana; ”y el tiempo callaba/ y se paseaba cómplice, mientras que un pueblo entero gritaba/ sin que pasara nada;/ y el mundo de largo pasaba, mirando hacia otro lado/ por no ruborizarse al ver la cara de los olvidados” (de nuevo Melancolía, de Yósip Amadobv).

En cualquier caso, todo esto era solamente la cara visible de la realidad; pues la cruz invisible actuaba en paralelo, inflamando el resentimiento y las ansias de venganza. Y es que la miseria absoluta de quienes ya no tienen nada que perder constituye el paso inmediatamente anterior a cualquier guerra. 

Guerra y Paz

La cúpula de JAMÁS funcionaba desde las más hondas cloacas, entre rígidas y rigurosas precauciones y una enigmática red oculta. Sus propósitos apenas pudieron ser interceptados por parte de los poderosos Servicios Secretos Mundiales –quienes, por otra parte, rara vez filtraban a la prensa sus hallazgos–. Esto permitió a la banda terrorista hispana financiarse jugosamente durante años y proyectar un colosal atentado que, esta vez sin fisuras, pudo ser diseñado minuciosamente para causar auténticos estragos en el Estado de Al-Ándalus. Por aquel entonces, ya contaban con medios y experiencia suficientes como para ejecutar sus planes con fundadas esperanzas de éxito. Además, el ambiente de crispación en las franjas, que había alcanzado su pico máximo en décadas –casi imposible era encontrar una sola familia libre de víctimas–, auguraba un apoyo popular masivo al golpe, lo que alimentaba con firmeza la fe en alcanzar la victoria. Esta sería la última oportunidad de JAMÁS para poder reinstaurar ese “Estado español libre y soberano”que tanto anhelaban sus miembros y simpatizantes.

Fue un 12 de octubre cuando los terroristas españoles, estratégicamente situados y herméticamente ocultos, lanzaron innumerables proyectiles dirigidos a las ciudades más importantes que bordeaban los alrededores fronterizos de sus muros. Los capitolios más cercanos volaron por los aires, quedando hechos añicos, mientras incontables víctimas yacían moribundas bajo los pesados escombros. Medio centenar de andalusíes fallecieron durante las primeras explosiones, y varios centenares más resultaron gravemente heridos.

El rumor de aquel ataque fue a su vez la mecha que prendió en la gente dentro de las franjas. Un verdadero caos se desbordaba con desenfreno por las calles de Huelva y Murcia, arrasándolo todo a su paso. El célebre reportero independiente Zhang Chengdong, quien se encontraba presente durante aquellos trágicos sucesos, narró lo siguiente en sus crónicas de guerra: “Los españoles tomaron las calles y las armas enervados por bélicas fiebres. Parecían haberse olvidado del pánico que los acompañaba, devastando sus entrañas como un lobo fiel siempre hambriento. No aparentaban temer a la muerte… quizás, por ser conscientes de que ya estaban muertos”.

Bombardeo nuclear en Huelva, año 2087
Huelva, 2087

La respuesta de las fuerzas militares chino-andalusíes no se hizo de rogar demasiado. Se produjeron una serie de continuos bombardeos en las franjas de Huelva y Murcia, dibujando un espectacular paisaje de enormes setas de humo que borraban las nubes de un cielo gris. Huelva y Murcia quedaron reducidas a escombros. En consecuencia, la destrucción, la miseria, la contaminación y la radiación dejaron aquellos lugares prácticamente inhabitados e inhabitables.

Pero todo aquello estuvo plenamente justificado. China, la potencia hegemónica, la que decide sobre el bien y el mal en el mundo, no podía permitir que la población andalusí siguiera viviendo al lado de semejantes bárbaros, quienes rechazaban, siempre con extrema violencia, cualquier amago de convivencia pacífica. Fue un exterminio en nombre de la Libertad, la Seguridad y la Democracia.

Fragmento del audiolibro “Historia del Mundo” (editorial Huawei), materia común en Educación Secundaria y Bachillerato, año 2097

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