Mucho se ha dicho ya sobre ese abominable embrión que nació muerto y al que colocaron el nombre de Superliga. Algunos quisieron practicarle el boca a boca, por si todavía quedaba alguna remota esperanza de regresarlo a la vida. Otros, la mayoría, lancearon su cuerpo deforme.
De entre estos últimos surgieron voces que clamaban por la absoluta insolidaridad de una clase superior que, por enésima vez, defecaba sobre las cabezas de los más “humildes”. Si ya les correspondía la mayor parte del pastel, este movimiento fue interpretado como una avariciosa tentativa para potenciar su obesa diabetes, exigiendo una porción aún más grande del dulce. No obstante, y sin quitarles ni una coma, creo que esta lectura se queda algo corta.
La Superliga es un proyecto encabezado por Florentino Pérez, y ¿qué más podemos decir sobre este “ser superior” que no se sepa? Tiburón de los negocios donde los haya, su objetivo siempre ha sido incrementar el diámetro de su inmensurable cartera.




Un puñetero virus, no obstante, ha conseguido más de lo que significaron los peores fichajes que se le recuerdan: poner en riesgo la rentabilidad de su faraónico proyecto ECONÓMICO-deportivo. De ahí la fecundación in vitro para intentar concebir este engendro premium. Dinero, dinero y más dinero por objeto.

Pero ¿acaso todos los que se subieron al «supercarro» sostenían los mismos propósitos? Hay, por lo menos, dos clubes a cuyos propietarios les suda la polla ganar pasta con el fútbol: el Chelsea y el Manchester City (casualmente, son los dos equipos que han alcanzado la final de la Champions League este año). Tanto Román Abrámovich (Chelsea) como Khaldoon Al Mubarak (City) poseen sus equipos de la misma manera que cualquiera de nosotros jugamos al FIFA o al Comunio: el fútbol es un puto juego para ellos. Un juego, eso sí, con personas de carne y hueso.

Podemos decir, por tanto, que la superélite del fútbol se divide actualmente en dos mitades: una centrada en el negocio y otra en la ludopatía de un puñado de multimillonarios que ya no sabe ni qué hacer con sus incontenibles riquezas. Quizás, y por aportarle algún toque de pragmatismo al asunto, también pretendan lavarles la cara a los países dictatoriales que representan. En cualquier caso, el dinero no es el motor principal que los mueve dentro del prostituido mundo del balompié.
No obstante, los que sí se lanzan a la conquista del oro en las jugosas minas del balón saben que se necesita mucho más que marketing para que las inversiones sean rentables en un negocio como este: pues lograr resultados deportivos es fundamental para incrementar las ventas. Sobre todo, en los inmensos y emergentes mercados asiático y norteamericano. Recordemos ahora que tres de los cuatro equipos que alcanzaron las semifinales de Champions este curso son regentados por quienes juegan a un Pro Evolution Soccer viviente.
Por una vez en la vida, Florentino Pérez se sintió como Lopera. Se ha visto superado por aquellos que sostienen su poderío por encima de cualquier crisis económica que sobrevenga. Está en juego nada menos que quedar un escalón por debajo. La Superliga era, pues, un grito desesperado de auxilio, ese trozo de madera que flota junto a un Titanic que se hunde. A él siguen aferrados Real Madrid, Barcelona y Juventus (mientras que el resto de equipos se hunde en mitad del océano [y un pequeño puñado surca los cielos en avión de lujo]).
Y siendo así las cosas, llegó la hora de reflexionar. Lo primero que se me viene a la cabeza es que estamos casi ante una revolución francesa a la inversa. La primacía de la alta burguesía futbolística vuelve a caer bajo el yugo de la aristocracia. Los Negocios de los ricos se enfrentan a los Juegos y caprichos de los todavía más ricos. Y no sé cuál de las dos opciones resulta más escalofriante. Del eslogan “odio eterno al fútbol moderno” estamos pasando al “odio eterno al fútbol posmoderno”…
Pero nosotros, como pueblo llano, ¿qué podemos hacer? La opción de abandonar el fútbol se me antoja demasiado utópica ahora mismo. Quizás, acabaremos de nuevo besando los pies del señorito (¿de nuevo? ¿Acaso no lo hacemos ya?). No obstante, que la Superliga yace muerta bajo nuestros pies es un hecho; ¿hemos de conformarnos con eso? ¿Seguiremos aplaudiendo con fuerza sus obscenos despilfarros en las ligas habituales mientras nos cuesta sudor y lágrimas llegar a final de mes? Miremos cómo van las apuestas; quizás ellas nos den las respuestas que necesitamos…