No debes abandonar por mí, sirena, tus negras profundidades, ¿y qué serán estas jaulas de aire frente al aleteo libre de un pájaro de mar? Además, el sol y el calor resecarían tu húmeda piel y tu eterna belleza se oxidaría. Tú hazme caso a mí, pequeña, que de malas experiencias sé que he de conformarme solo con verte algunas noches de marea baja y luna llena. De anzuelo usaré mi corazón, que devorarías por venganza si yo te arrastrara conmigo tierra adentro, tal y como antes hizo alguien como tú, con cuya raspa inventé un collar y cuyo reflejo aún me atormenta cada vez que me miro al espejo. No te sofoques más, cariño, volveremos a quedar al borde del océano, tu guardián, con la orilla y sus conchas de testigo. Los granos de arena se convertirán de nuevo en estrellas cegadoras pegadas en nuestra piel. Esa es la única manera, sirena, que tú y yo tenemos de poder amarnos en serio. Tan solo si permaneces en tu basto mundo de anémonas, voy a poder fabricarte un universo dentro de esta agarrotada ensoñación que llamo Vida.