Puse clavos en mis manos y me colgué en las alturas para observar mejor mi propia destrucción.
Ahora puedo ver mi sangre recorrer cruz abajo el camino que lleva hacia el suelo que me abandona
y pintar con ella suavemente mi dolor en el mundo.
Ya a lo lejos, allí donde mi vista se pierde para siempre, descubro a mi antigua alegría retozando con el horizonte,
danzando como un orgasmo,
poniéndome los cuernos,
haciendo sus propios planes.
Sé que debo desintegrarme para poder resucitar
y, quizás,
con un poco de suerte,
volveré a la vida cabalgando
a lomos
de una próxima luna de agosto.