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Los viejos y diablos saben de experiencias, pero no todos supieron convertirlas en sabiduría.

Un clavo sacó otro clavo y juntos huyeron de la tiranía del martillo (luego, ya lejos del miedo, cuentan los testigos que se enamoraron).

Las moscas ya no entran ni en bocas abiertas, ¿será por la epidemia de halitosis censora?

A buen árbol se arrimó la sombra para cobijarse de los que vinieron, poco después, a talarlo. Según parece, querían hacer leña del árbol caído.

El asno se pregunta qué puto racista fue el que decidió que la miel no debe rozar sus labios; en cualquier caso, comienza a dudar de si el esfuerzo de perseguir la zanahoria que pende sobre sus narices le rendirá recompensa algún día.

La física y la química siguen discrepando sobre si tiran más dos tetas que dos carretas para el viejo verde y para el niño púber.

También las ojeras desmienten la presunta ayuda de Dios para los que tanto madrugan.

«Cría humanos y te serrarán las alas», opinaba el cuervo, cansado de tanta injuria. En ese mismo sentido, se cuestiona por qué un pájaro atrapado en la mano de un hombre vale más que la belleza de contemplar a cientos de ellos volar. Algún necio debió confundir valor con precio

Aterrado, quizás por eso el grajo ya no vuela bajo ni durante las peores olas de frío.

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