El pingüino no quiso casarse

Aquel pingüino era esbelto, pero se parecía demasiado a los chistes. Se tambaleaba con torpeza de un lado para otro de su glaciar, en busca de una sola cosa: el amor. Y es que estaba verdaderamente obsesionado con ello, a pesar de haberlo ya vivido y gozado intensamente antes. Él creía NECESITAR de su fuente una vez más, beber el cálido y refrescante néctar de alguna otra figura blanquinegra capaz de otorgarle un nuevo sabor al éxtasis –se supone que los pingüinos son amantes monógamos… pero su naturaleza, inevitablemente, rugía. Leer Más


La libertad, volar

La libertad, boca mayor de las necesidades,

Es sentirse liberado dentro de esta cárcel

De carencias.

Cuando el corazón más fuerte late, vuelas

Encerrado, lejos de las paredes. Quema

Cuando el olor de su sudor sabe ponerte

Cachondo. Es amor; eso te lo dice el fuego.

Pero el fuego lo devora todo; y una vez es devorado

El corazón, por su naturaleza,

Tan solo queda el color gris

De las cenizas: Realidad.

Rejas. Son solo rejas con las que nacemos.

Y las rejas que nos ponen.

Por los demás, las que nos ponemos.

Quizás yo no necesite volar…

Pero necesito saber* que puedo.

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Arrebatos

Era la típica pareja que no puede vivir sin un conflicto constante. Los arrebatos son, quizás, los sentimientos más reales de entre todos los que existen: todo el cuerpo lo siente dentro y da fe, cada órgano es partícipe y se eriza, o se enciende en puro fuego. Pero el problema que los arrebatos tienen es que son tan reales como efímeros, tan volátiles que, de un momento a otro, todo el terreno ganado a la mar de la angustia se inunda de nuevo, o, sin inundarse, pierde todo su sentido: son como el caos, huidizo y contradictorio. Leer Más



El Fin (?)

This is the end, my old friend. Seis camiones de bomberos en una calle estrecha sin fuego. Gente preocupada esperando un desenlace evidente. Olor a muerte, sin ningún cadáver en concreto. Jugar a la suerte y no salir ni cara ni cruz: la moneda ha estallado en pedazos. Leer Más


Bis a Bis.

Un cristal separaba una mano de la otra; un teléfono las unía de alguna fría manera, conectándolos, al fin, robotizando sus voces

-qué tal estás

-bien…

Los labios se sonreían, trataban de sonreírse; los ojos, de contenerse. Si el deseo fuera allí libre, ellos estarían entremezclándose como dos serpientes amantes, devorándose el uno al otro como en la primera vez, aliados en su misma fuerza, aupados en la misma altura, ansiosa y apasionada altura… se estarían comiendo como quien come después de mil años de puntiaguda hambruna. Leer Más