Si algo hemos podido aprender de las recientes elecciones generales y municipales, es que ya no queda ilusión en el voto. La democracia, más que como una fiesta, se presenta hoy como una amenaza que abre las puertas a los diferentes monstruos; y en consecuencia, la movilización popular se reduce a evitar que esos monstruos lleguen a tocar poder.
Porque actualmente, más que votar a un partido, se vota precisamente para que un partido no salga. El voto es propiedad casi exclusiva del miedo; de un miedo que oscila y que cambia fácilmente de manos, mientras que las estrategias político-mediáticas reaccionan, aprenden bien las lecciones –o de las hostias- y se limitan casi únicamente al sencillo papel del copia-pega.
Paralelamente a esto, no hay que olvidar que el coste o desgaste de prometer la utopía es tremendamente alto, sobre todo frente a aquellos que ya viven su propia utopía –y que no dudarán en vendernos este fracaso como el resultado lógico de una imposibilidad de base. Porque no nos engañemos: en lo que a la derecha respecta –y descontando la colaboración inestimable de los obreros alienados-, uno se mueve precisamente para permanecer quieto.
Y los datos, como siempre, están dispuestos a corroborarlo. Leer Más