2037
Estos son los primeros años tras la caída del Imperio de las barras y estrellas, potencia hegemónica durante los dos últimos siglos. Toma ahora su relevo la República Popular China, un vasto territorio que se hizo a sí mismo a través del trabajo incansable y casi heroico de su gente. Un planeta bilingüe –idioma materno e inglés– comienza ahora a hablar con fluidez el chino mandarín tras los nuevos acuerdos alcanzados entre China y los países de la Unión Global (UGLOB –organismo sustituto de la ONU, con sede en Pekín–), con la consiguiente adopción de reformas educativas que van instaurando al mandarín como segundo idioma en la mayor parte de las escuelas de todo el globo. La influencia ejercida por una potente industria cultural con raíces en el país asiático ya inunda al mundo entero con su cine, sus series y sus músicas –y, junto a estas, como pack indivisible, también con su lengua, sus costumbres y sus cosmovisiones–.
Antes, durante las cinco décadas que preceden a esta historia, las políticas expansionistas de los Estados Unidos de América degeneraron en un panorama escalofriante de guerras, destrucción y exterminio del pueblo árabe. Siria, Libia, Afganistán, Pakistán, Irán, Iraq o Palestina fueron cayendo, un país tras otro, bajo el fuego enemigo y el polvo. Víctimas de aquel genocidio murieron asesinados más de cincuenta millones de musulmanes, mientras que la destrucción, la miseria, la contaminación y la radiación dejaban las extensas zonas que antaño abarcaban aquellos países prácticamente inhabitadas e inhabitables.
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