Aquel pingüino era esbelto, pero se parecía demasiado a los chistes. Se tambaleaba con torpeza de un lado para otro de su glaciar, en busca de una sola cosa: el amor. Y es que estaba verdaderamente obsesionado con ello, a pesar de haberlo ya vivido y gozado intensamente antes. Él creía NECESITAR de su fuente una vez más, beber el cálido y refrescante néctar de alguna otra figura blanquinegra capaz de otorgarle un nuevo sabor al éxtasis –se supone que los pingüinos son amantes monógamos… pero su naturaleza, inevitablemente, rugía. Leer Más