El Último Mensaje de Dios a las mujeres y hombres de la Tierra

La autodestrucción parece ser destino y condena para estos Simios Locos a los que di el verbo para no sentirme tan solo en las tinieblas del instinto. De nada ha servido hablar en boca de tantos Profetas, pues siempre encuentran la manera de corromperme la palabra. El Libro de las Advertencias fue traducido junto a los mil prejuicios de las lenguas rodeadas de cicatrices, y ahora no es más que una triste caricatura: una incomprensible muralla dogmática que justifica toda clase de atropellos en el Mundo…

El Ellos y el Nosotros no fue más que una simple ficción que imaginé: somos UNO dividido en mil pedazos que apenas ya se reconocen en los rostros de los otros; pues aquel Ellos que me inventé como denuncia -aquellos a los que mi hijo expulsó del Templo en su día con su látigo, los incapaces de comprender lo que un simple camello entendería frente a la estrechez del ojo de una aguja; aquellos- acumularon tanto poder y riquezas como para vivir durante 1.000 años, mientras condenaban al resto del mundo a la lucha por ganarse el derecho a una Vida que solo a mí -es decir: a todos- pertenece ¡Fueron Ellos en mi nombre y no Yo -¡los usureros, los saqueadores!- quienes impusieron la fragmentación y el odio que tanto les beneficia, alzándose así en los Tronos de la Injusticia desde donde reinan e inventan las banderas y bandos que se asesinan para poder mantener los privilegios que nos robaron! Yo solo traté de señalarnos el camino a la Liberación… pero las Guerras en mi nombre han sido el veneno perpetuo de mi humanidad, instaurando luego una Paz Hipócrita que simboliza el manso acatamiento del Nuevo Orden, que es el Orden de la Bestia. Ya lo advertí en el Apocalipsis, pero nadie tuvo ojos para verlo…

Luego, con el progreso, inventamos la Democracia; pero al apenas nacer esta se murió, y hoy adoramos su feto cadavérico como si fuera el garante de una Falaz Soberanía que nunca ha permanecido entre las manos de mi pueblo más de lo que dura un suspiro solitario. Por todos los rincones se extiende la adoración a Satán mediante el voto -un Satán con traje y corbata-, pues la gente ha comprado su impostor mensaje: que el alma humana es corrupta, destructiva, malvada, infernal en esencia, justificando así el derecho de ser también ellos miserables -que no es otra cosa que la desembocadura inexorable a la que lleva este río de locos al que llamamos Mundo, pero que ya deberíamos empezar a llamar Averno. Presentir la proximidad de la muerte está despertando el furor del odio, y aunque deberíamos abrir el corazón más que nunca ahora, que estamos al borde de su abismo eterno, nos dedicamos a pisotearnos y a hacer escarnio de nuestros hermanos más débiles, para mantenernos así en la ilusión de estar por encima de alguien o algo…

Mientras, a Jesucristo se le llama comunista, populista, demagogo, falso profeta; él también se presenta a las elecciones, pero pocos le dan su voto ya. Muchos de esos ciegos todavía le rezan, eso sí, adorando a una figura desligada de la Esencia -ese Ídolo sobre el cuál advertí sin ser tampoco oído o comprendido- y cuya función primordial es la de aplacar los ubicuos miedos y temores, rebajando así los poderosos tembleques de la incertidumbre sobre las almas vendidas -sin ser conscientes- al diablo. Acuden día tras día a la Casa que Satán ha disfrazado de mi casa, para allí confesar sus pecados mientras resbalan mis lágrimas. Les digo, repitiéndome siempre: “Pides perdón a Dios continuamente porque nada entendiste: quien debe perdonarte eres tú”, pero no oyen.

Hoy Satanás gobierna los Parlamentos, y mi hijo nada puede hacer por expulsar de nuevo a los mercaderes que dominan en el Templo de la Vida, abocando así a la tierra a una Nueva Destrucción. Y aún muchos me preguntan por qué los expulsé del Edén, y por qué no los dejo entrar de nuevo, sin comprender que no fui yo -yo que Todo lo he intentado. ¡Eso bien lo sabe Dios! Sí, todo lo he intentado…
Fueron ellos quienes olvidaron el camino de regreso…
El Edén que tanto añoran se ha marchitado porque somos incapaces de encontrar el Paraíso dentro de nosotros mismos. Quien tenga ojos que vea y quien tenga oídos que oiga.

 

Firmado: Yo. Tu-Dios. Tú.

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