nàrfeR

Los viejos y diablos saben de experiencias, pero no todos supieron convertirlas en sabiduría.

Un clavo sacó otro clavo y juntos huyeron de la tiranía del martillo (luego, ya lejos del miedo, cuentan los testigos que se enamoraron).

Las moscas ya no entran ni en bocas abiertas, ¿será por la epidemia de halitosis censora?

A buen árbol se arrimó la sombra para cobijarse de los que vinieron, poco después, a talarlo. Según parece, querían hacer leña del árbol caído.

El asno se pregunta qué puto racista fue el que decidió que la miel no debe rozar sus labios; en cualquier caso, comienza a dudar de si el esfuerzo de perseguir la zanahoria que pende sobre sus narices le rendirá recompensa algún día.

La física y la química siguen discrepando sobre si tiran más dos tetas que dos carretas para el viejo verde y para el niño púber.

También las ojeras desmienten la presunta ayuda de Dios para los que tanto madrugan.

«Cría humanos y te serrarán las alas», opinaba el cuervo, cansado de tanta injuria. En ese mismo sentido, se cuestiona por qué un pájaro atrapado en la mano de un hombre vale más que la belleza de contemplar a cientos de ellos volar. Algún necio debió confundir valor con precio

Aterrado, quizás por eso el grajo ya no vuela bajo ni durante las peores olas de frío.


Paz en guerra, guerra en paz

Con tus ojitos de ángel, viniste a traerme la guerra. Y yo, como diablo rebelde de Dios y su Ley, soy pacifista en mi indiferente y solitario mar en calma, muy lejos de los aplausos y de las palmadas en la espalda de otros creyentes.

No libraré la batalla de tus entrañas, porque esa es tuya solamente. Prefiero seguir mi camino, de la mano del horizonte y su repleto vacío color miel;
ese color que me recuerda
tanto
a tus ojos
que vinieron
como ya dije
a traerme
la Guerra
Santa.


Vergüenza

Siento vergüenza. Y me he dado cuenta de lo que eso significa precisamente ahora. Uno no siente vergüenza cuando alguien hace algo vergonzoso; si acaso, siente vergüenza ajena, que no es exactamente lo mismo. Uno siente vergüenza cuando es o se siente parte del hecho, acto, acontecimiento o circunstancia que la genera. Y yo siento vergüenza por el circo que se está montando por la parodia que se ha hecho sobre una «virgen», que me da igual que sea del Rocío, de la semana santa o der coño mirmana.

Antes que nada, he de decir que vi la maldita parodia. Y no me gustó. Pero no porque me sintiera ofendido, sino simplemente porque me pareció una puta mierda. Los estímulos que necesita mi cerebro para reírse no se dieron. Ya está. Me pasa mucho. Es normal. Pero de ahí a que se esté hablando de «andaluzofobia»… Señores, ¿en serio?

Ante todo, me gustaría saber cuántos de los presuntos andaluces presuntamente ofendidos han visto la parodia al completo (como yo sí hice) y cuántos se han ofendido solo por la procedencia de la ofensa y/o por sus sentimientos religiosos. Porque si estamos en este segundo caso, no hay nada más que hablar: eres un/una soplapollas. O, si lo prefieres, un instrumento, una marioneta movida por unos hilos interesados. Porque aquí, tanto los fachas de mierda como la izquierda identitaria han echado lágrimas (¿de cocodrilo? Esa cuestión no me interesa tratarla ahora mismo…).

En Andalucia hemos hecho parodias de todo y de todos. En todas partes. Desde siempre. Sin límite. Como debe ser. Y ahora, siento vergüenza porque esta comunidad, que es la mía, no sea capaz de aceptar bromas que, además, no tienen otro pecado que el de ser tremendamente malas.

Sí que me resulta ofensivo que coloquen al andaluz, y sobre todo a la andaluza, en un papel subalterno (léase como sirvienta en la casa del españolito rico). Pero ¿POR QUÉ COJONES ESTO NO GENERA TANTA INDIGNACIÓN ENTRE MI GENTE? Es algo que ha ocurrido y sigue ocurriendo bajo la mirada pasiva del andaluz, que se asume inferior a aquellos que pronuncian más eses y diferencian las ces de las zetas y las jotas de las haches aspiradas. Sin embargo, parece que no somos capaces de aceptar que alguien desde Cataluña se vista de virgen e imite, muy malamente, nuestro acento y diga dos o tres obscenidades sin ningún tipo de importancia.

Siento vergüenza porque, lo quiera o no, me siento parte de este pueblo que ha puesto el grito en el cielo por no respetar el humor, que es, y debe ser, nuestra seña de identidad. Siento vergüenza porque nos hayamos hundido en esta ciénaga de «ofendiditos» que no nos define en absoluto. Y digo más, siento vergüenza porque estamos, sin darnos cuenta, cercenándonos a nosotros mismos. Porque a ver qué parodia de cosas tan andaluzas como «El pelotazo» o el Carnaval de Cádiz resiste una mirada paralela desde fuera.

Con esta puta mierda, nos estamos disparando en la sien. Estamos cavando nuestra puta tumba y dejando de ser lo que somos sin que nadie se dé cuenta de lo que pasa. Estamos disolviéndonos en medio de un estercolero que no hemos creado, que no es nuestro y que no nos corresponde. Y, como soy andaluz, yo no puedo hacer otra cosa que morirme de la vergüenza.



El barniz en la madera

Gepetto, urdido de amor, compuso a Pinocchio obediente y honesto.

Pinocchio odiaba a Gepetto

por verse forzado

a ser sincero.

La nariz de Pinocchio crecía y crecía, pero su padre tan solo veía

al personaje honrado

que imaginó en él.

Pinocchio huyó de su casa, porque solo veía de su padre

al personaje despótico

que creó en él.

Un creador creado a su vez.

Creer fue crear

Y crear, creer.


La eternidad

¿Qué es? No lo sé. Es algo que está pasando. Y a veces, a una le pilla desprevenida. Es, por ejemplo, que te engañen, llorar, encontrar de nuevo, casarte, divorciarte y volver a encontrar en el mar. Es tener que marcharte al extranjero para poder estar con tu hijo, aunque no seas capaz de borrar de tu mente la idea de regresar a casa. Es refugiarte en el sueño y buscar el abrazo de los animales, porque ellos no pueden hacerte más daño. Es agarrar por los cuernos al toro y hacer lo que sea para darle a tus hijos una buena vida. Es alejarte de tu melliza y comprobar que, desde que se nace juntas, los caminos pueden separarse y unirse cientos y cientos de veces

Espera un momento. Te he preguntado por tu vida

Claro, ya lo sé. Y de mi vida le hablo

¡Pero si no me has dicho nada sobre ti!

Se equivoca; eso es lo único que he hecho hasta ahora

Tutéame, por favor

Te tutearé. Perdona

Con todo lo que te ha pasado, ¿no tienes otras cosas que decir?

No sé. ¿Qué quieres que diga?

¿No tienes nada que contarme sobre tu persona?

Que es agradable volver a charlar de nuevo

¿Acaso no has notado que puedes moverte otra vez?

Hay cosas más importantes

¿Un ejemplo?

Amar. Sin duda

Ah, amar, ya veo… ¿Y no puedes contarme nada más sobre la vida?

Realmente, por lo poquito que yo sé, solo podría incidir en eso: que por amor una sería capaz de hacer cualquier cosa que esté en su mano. Si por mí fuera, le hubiera dado a los que más quiero todo cuanto necesitaban para ser felices. Pero querer no siempre es poder, eso es algo que hay que entender y que aceptar cuanto antes. Por eso hay que conformarse con compartir sus sufrimientos; que no es otra cosa que amar. ¡Amar! ¡Ay!, que no es poco. El odio, la envidia, el miedo, el resentimiento, la frustración, la melancolía… todos esos sentimientos no tienen piedad con la gente. Y también consumen a la mía. Son demasiadas cosas las que se encargan de emponzoñar lo único verdaderamente importante, que es entregar tu corazón por entero todo el tiempo que te sea posible

Por eso el tuyo tiene algunas muescas

Será por eso, yo no lo sé. Lo único que sé es que espero que todos ellos sean felices. No te imaginas cuánto los quiero

Hacía milenios que no se me escapaba una lágrima. Llorar, qué curioso, es algo que me enseñaron los humanos, y que los propios humanos se encargaron de hacerme olvidar. Este trabajo le vuelve a uno tan insensible…

Comprendo. Allí arriba es bastante habitual llorar

¿Quieres saber cuál es mi verdadera condena?

Cuéntame

Mi condena es no poder conocer la vida. Este es el motivo por el cual le pregunto a cada alma que me llega, aunque no suele servirme más que para hacer más amena esta ida y vuelta eterna. Las respuestas siempre suelen ser las mismas, una y otra vez: yo, yo, yo. Comprende que para mí la vida es un simple contrato que obligo a firmar a todos los que nacen. Piensa que, desde entonces, les pierdo la pista a todos. Luego, al final, obtengo un frío informe en el que se encuentran todos los hechos; pero no entiendo el porqué de los mismos, no sé lo que significan. Por eso espero con impaciencia que, en su obligado regreso, me den una respuesta capaz de solventar esta curiosidad irresoluble que tengo. No sé si ahora soy capaz de comprender mejor lo que es vivir, pero contigo me ha pasado una cosa extraordinariamente asombrosa: creo que nunca llevé un alma tan carente de egoísmo

¡Ah! ¿Egoísmo? ¡Claro que tuve de eso! Quise quedarme con ellos; y en el fondo, todavía quiero. Pero ha llegado la hora de dejar que vuelen sin mí. Estoy algo cansada de la cárcel de la materia; y además, también tengo mis razones…

¿Cómo te encuentras?

Bien. Muy bien, la verdad

Cosa rara en los que vuelven; no son pocos los que se marean

Descuida, señor barquero: estoy disfrutando de las vistas. ¡Quién me iba a decir a mí que esto sería tan bonito! Además, no sé por qué, pero todo esto me recuerda algo…

Ya estamos llegando a la orilla. Normalmente soy yo quien decide el puerto donde desembarcan las almas que cargo, pero contigo haré una excepción: dime dónde quieres ir

Llévame donde estén ellos

¿Quiénes?

Quien me hizo y con quien hice, ¡que no me aguanto las ganas de verlos!

Hecho. ¿Quieres alguna otra cosa?

Ummmm… ¿Tienes papas y carne mechá? Pienso preparar un festín para cuando nos reunamos todos

¡Pues claro que tenemos!, aquí tenemos todo lo que pidas

Creo que ya sé por qué me resulta tan familiar todo esto. El mar… Es este mar. Se parece tanto al nuestro…


Pigmalión

“Hoy es mi cuerpo quien me recuerda tus manos cálidas. No hace tanto que se marcharon, y aún las siento. Quizás, en algún universo paralelo las cosas no tendrían por qué ser así. Puede que en este, si despejaras mis miedos de una vez para siempre. No quiero perderte, pero ante todo no quiero perderme. Eres un mar inmenso donde no hago pie y en el que quiero nadar… pero sé que me ahogaré en ti. Me ahogaré. Me ahogo.

Hoy, mi cuerpo es mi mayor enemigo…”

Hablas conmigo cuando las dudas te abrazan, para despejarlas y recordarte que quieres mantenerme lejos. Vuelves a los argumentos que te someten al pánico y te devuelven al pacífico mar de tu cobardía; así te reafirmas, pero ahora dudo yo… ¿Y si dejara de darte los argumentos que necesitas? ¿Buscarías más, o te desfigurarías por completo?

Es igual, pues yo cumplo con el papel que me otorgas…

“Ya tengo mi balsa”, piensas. Y te liberas.

Por eso aún sigo siendo tu profecía autocumplida favorita.


Los bordes del paraíso

Yo solo veo azul. Y sé que no es eso lo que tú ves. Sé que ves a ángeles y arcángeles, y un futuro cuando ya no hay tiempo ni viento que despeine tus cabellos.

Yo sigo viendo todo azul donde tú ves a todos tus antepasados danzando sobre las nubes y una gran puerta de oro custodiada por San Pedro, porque incluso en las alturas crees que existe la propiedad.

Si Dios existe debe ser azul e inmenso, pero tú insistes en verlo masculino y barbudo, vestido y sereno pero sabio como Sócrates.

No seré yo quien te repita que ahí arriba solamente existe el color azul, porque ni siquiera es cierto cuando el sol se marcha y solo queda la negrura, una inmensa mancha oscura que atestigua la nada.

Respeto tu mirada y no pretendo prestarte la mía, pero, por favor, al menos dime qué piensas: ¿también crees en el paraíso cuando llega la noche?


Neurosis

Ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo, ladrillo.

-Yo no veo nada.

-¿¿Cómo?? ¿Acaso no ves mi castillo?


Aborto

Que no me duele porque no fue,
Es porque nunca llegará a ser,
Como semilla plantada en café,
Como renglón jamás escrito.
Los besos que no tendré
Los guardo en el infinito.
Tu piel, tu cuerpo, mi sed,
La aurora boreal de tus ojos
Se irán borrando poco a poco
Hasta
Desaparecer
.
.
.