La eLección

«Hola. ¿Hay alguien ahí? Quisiera saberlo porque, aunque sienta los golpes, no veo nada. Si existen los golpes es porque existe alguien que los da, ¿verdad?, ¿me equivoco? Pues cada vez que abro la puerta no veo otra cosa que oscuridad, vacío, silencio. ¿Qué significa eso? ¿Os escondéis de mí, acaso? ¿Por qué? ¿Me teméis por alguna razón? Si es así, quisiera conocerla. Los dioses de Oriente hablan de un karma. Según esa idea, cada acto se merece un contra-acto, cada saludo un saludo, cada hostia una hostia… pero aquí no hay nada. ¿Será que no he dado lo suficiente como para merecerme algo, ya sea palmada o zancadilla?».

Entre la oscuridad y el silencio, sus palabras resonaron como un eco sin respuesta. Pero, de repente, un susurro le llegó desde el fondo de la negrura.

«Te tememos, sí, pero no por lo que has hecho, sino por lo que aún no sabes que harás», susurró una voz misteriosa. «En este espacio entre el vacío y la realidad, las acciones son sombras, y cada elección resuena como un eco en un abismo sin fin».

La oscuridad se tornó más densa, y el eco se transformó en una serie de susurros ininteligibles. Sin embargo, algo en la atmósfera cambió. La presencia invisible, que antes solo se manifestaba en golpes y silencios, ahora parecía querer comunicarse de manera más compleja.

Una ráfaga de viento frío llenó el espacio, como si el universo estuviera contemplando al protagonista desde alguna dimensión desconocida. La incertidumbre se hizo más profunda, pero también la sensación de que algo más grande estaba en juego.

El protagonista, aún envuelto en la penumbra, se encontraba ante una elección: quedarse parado en la oscuridad o aventurarse más allá de la puerta para descubrir lo que el destino, o tal vez los dioses de Oriente, le tenían reservado.

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