Mucho se ha dicho ya sobre ese abominable embrión que nació muerto y al que colocaron el nombre de Superliga. Algunos quisieron practicarle el boca a boca, por si todavía quedaba alguna remota esperanza de regresarlo a la vida. Otros, la mayoría, lancearon su cuerpo deforme.
De entre estos últimos surgieron voces que clamaban por la absoluta insolidaridad de una clase superior que, por enésima vez, defecaba sobre las cabezas de los más “humildes”. Si ya les correspondía la mayor parte del pastel, este movimiento fue interpretado como una avariciosa tentativa para potenciar su obesa diabetes, exigiendo una porción aún más grande del dulce. No obstante, y sin quitarles ni una coma, creo que esta lectura se queda algo corta.
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