Infructuoso es el intento de abrillantar una sombra a besos, cuando los labios están secos como la piel de la luna. Brillan sin embargo las sombras bajo los pies del camaleón y en la silueta de la cigüeña, la del gran torreón del abeto y la del fragor de la batalla del amor a oscuras. Humaredas de un silencio irrestricto dominan más allá de lo invisible, donde las cosas no ocurren no por ser perezosas, sino porque la naturaleza puede explayarse allí, a gusto, sin que le diga nadie. Pocas lecciones podemos darle a la esencia de la vida que se manifiesta de una manera u otra, por más cadenas que inventen. Nada pueden contra el grito del alma que anhela un momento de tranquilidad frente a si misma; y así poder mirarse a los ojos, solo eso, en silencio, sin decirse nada, ¿para qué? Las palabras involucionarán algún día hasta llegar al primer gruñido de piedra; entonces, el ruido dejará de buscar artificios para mostrarse: que no hay en el ser mayor belleza que ser. Absurdo es pedirle explicaciones a la luz que no responde, sino canta; que canta tan solo porque cantar es lo que hace, haciendo danzar a los ojos con su iluminado ritmo. Soltemos la cólera, cortemos las redes de esta telaraña opaca y densa que tanto nos asfixia el alma con tanto excremento inútil. Que no te engañen sus luces artificiales y eléctricas: dentro se esconde el pozo más ponzoñoso y oscuro. Despeja la X del expediente, que la verdad está ahí fuera. La realidad en otra parte. Por más que te la prohíban.