“Hoy es mi cuerpo quien me recuerda tus manos cálidas. No hace tanto que se marcharon, y aún las siento. Quizás, en algún universo paralelo las cosas no tendrían por qué ser así. Puede que en este, si despejaras mis miedos de una vez para siempre. No quiero perderte, pero ante todo no quiero perderme. Eres un mar inmenso donde no hago pie y en el que quiero nadar… pero sé que me ahogaré en ti. Me ahogaré. Me ahogo.
Hoy, mi cuerpo es mi mayor enemigo…”
Hablas conmigo cuando las dudas te abrazan, para despejarlas y recordarte que quieres mantenerme lejos. Vuelves a los argumentos que te someten al pánico y te devuelven al pacífico mar de tu cobardía; así te reafirmas, pero ahora dudo yo… ¿Y si dejara de darte los argumentos que necesitas? ¿Buscarías más, o te desfigurarías por completo?
Es igual, pues yo cumplo con el papel que me otorgas…
“Ya tengo mi balsa”, piensas. Y te liberas.
Por eso aún sigo siendo tu profecía autocumplida favorita.