En un pueblo de la costa mexicana, un paisano se encuentra medio adormilado junto al mar. Un turista norteamericano se le acerca, entablan conversación y en un momento determinado el forastero pregunta:
-Y usted, ¿en qué trabaja? ¿A qué se dedica?
-Soy pescador -responde el mexicano.
-Caramba, un trabajo muy duro. -replica el turista, quien agrega- Supongo que trabajará usted muchas horas cada día, ¿verdad?
-Bastantes, sí -responde su interlocutor.
-¿Cuántas horas trabaja como media cada jornada?
-Bueno, yo le dedico a la pesca un par de horitas o tres cada día -replica el interpelado.
-¿Dos horas? ¿Y qué hace usted con el resto de su tiempo?
-Bien. Me levanto tarde, pesco un par de horas, juego un rato con mis hijos, duermo la siesta con mi mujer y, al atardecer, salgo con los amigos a beber unas cervezas y a tocar la guitarra.
-¿Pero cómo es usted así? -reacciona airado el turista norteamericano.
-¿Qué quiere decir? No entiendo su pregunta.
-Que por qué no trabaja más. Si lo hiciese, en un par de años tendría un barco más grande.
-¿Y para qué?
-Más adelante, podría instalar una factoría aquí en el pueblo.
-¿Y para qué?
-Con el paso del tiempo montaría una oficina en el distrito federal.
-¿Y para qué?
-Años después abriría delegaciones en Estados Unidos y en Europa.
-¿Y para qué?
-Las acciones de su empresa, en fin, cotizarían en bolsa y sería usted un hombre inmensamente rico.
-¿Y todo eso, para qué? -inquiere el mexicano.
-Bueno… -responde el turista- Cuando tenga usted, qué sé yo, 65 o 70 años podrá retirarse tranquilamente y venir a vivir aquí a este pueblo, para levantarse tarde, pescar un par de horas, jugar un rato con sus nietos, dormir la siesta con su mujer y salir al atardecer con los amigos a beber unas cervezas y a tocar la guitarra.
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